La Voz De Todos

La Voz De Todos 10 octubre, 2019

Funciona más o menos así. Desde que yo tengo memoria, y seguramente desde muchísimo antes también.
Pienso en mi adolescencia. En lo tóxica que la viví, en las mujeres que odié, que puteé, con las que competí, a las que lastimé. Pienso y quisiera volver ahorita mismo a preguntarme en qué diablos estaba pensando (y a pedirles perdón).

 

La “puta” que se robó a mi novio, o aquella que se cree más linda que yo, incluso aquella otra que se pone polleras cortas sólo para provocar, todas forman parte de lo mismo; y yo también lo había aprendido así.

Le hicimos el caldo gordo al machismo más recalcitrante desde el momento mismo en que empezamos a aceptar que la culpa siempre era de la otra. Hasta de eso se salvaron: de ser cuestionados, interrogados, de ser odiados por esas adolescentes ingenuas que supimos ser, y que con pan nos comimos el verso de que la culpa venía de afuera, como si alguien les hubiera obligado alguna vez a ser infiel. Pero la “puta” es ella, siempre ella, siempre yo, siempre nosotras.

 

Esa jugada también les salió bien, la de hacernos creer-sentir-pensar que éramos competencia, que éramos una carrera de perros persiguiendo la liebre, y la que llegaba primero, era la mejor. E incluso, nos odiábamos en grupo. Si a mi amiga le metían los cuernos, a esa “puta” la odiábamos todas, le declarábamos la guerra, y pactábamos con el perpetrador, que sentíamos inocente, como si hubiera sido seducido por eras víboras que salen del jarrón. Nunca se nos ocurrió responsabilizarlo. Nunca se nos ocurrió ceder a la indignidad de perder esa batalla. Nunca se nos ocurrió pensar que la verdadera batalla, la difícil, la que nos costaría la vida, podía estar en otro lado, incluso mucho más al lado.

 

La culpa siempre es de nosotras, pero nos pasa por putas, por buscárnosla. Cuando a un pibe la novia le mete los cuernos, el tercero en cuestión, ¿es un puto también? Jaja. No. La puta es (de nuevo y pa’ variar) ella, culpable mujer, que ensarta sus garras en terrenos indebidos, que muerde la manzana y condena a la humanidad.

 

¿Qué tan cerca-lejos estamos de eso? Cuando aún hoy, y con el estandarte de “la de al lado es compañera”, seguimos sumergidas en la idea de que lo malo está en ellas, en nosotras, en todas. Que acompañamos el proceso de deconstrucción del lugar de la mujer, hasta que nos toca sentir de cerca que de verdad, la culpa, no siempre es de ella, que de verdad, ni aquella, ni vos, ni yo, ni ninguna, habíamos sido esas putas que alguna vez alguien quiso agarrar de los pelos, por un trofeo de moco, que resultó sólo ser algo de aprobación. Que nos odiamos a muerte, para perpetuar este sistema de mier*a, que hoy nos susurra al oído y cada vez que cerramos la puerta en la vereda: “no te aseguro que puedas volver”.

 

Duele eso: comprender cuán profundamente fuimos parte, cuánto contribuimos, cuánto colaboramos. Duele haber puesto la rabia, el rencor, el odio, en el lugar equivocado. ¿Pero saben qué duele mucho más? Que hoy nos miremos a los ojos y nos abracemos, que nos reconozcamos en esas cagadas que nos mandamos, y nos pidamos perdón. Duele la complicidad y el amor que sentimos cuando nos encontramos, cuando nos extrañamos, cuando nos escribimos. Y ese dolor, el de mujeres que se aman, no lo sentimos nosotras, lo siente la columna vertebral de este enorme cuerpo de estereotipos y reglas, ese dolor lo sienten los pies de un sistema que ya se está agotando de tanto caminar, que a gatas sigue dando pasos, pero que sabe, que presiente, que sospecha, que ya se le acerca el final.

 

Ayelen Lambert Acompañante terapéutico y estudiante de la Lic. en Psicología Contacto: [email protected]