La Voz De Todos

La Voz De Todos 26 enero, 2020

Por Chris Cyr.

Rusia previene la infiltración extranjera a través del camino de la evolución en vez de la revolución. La reforma constitucional que envió el presidente Vladimir Putin a ambas cámaras Legislativas (mientras apretaba al primer ministro Dmitri Medvédev para que renuncie) podría ser el mayor golpe maestro de este mandatario de indudable pericia geoestratégica.

 

Aclararemos previamente algunos términos para familiarizarnos con la nota y entenderla cabalmente:

 

  • La Federación = Federación Rusa = Rusia. Tiene un sistema de gobierno semipresidencialista con dos cámaras legislativas.
  • Presidente = Jefe de Estado = Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Rusas = Vladimir Putin. Es elegido por sufragio universal.
  • Primer Ministro = Jefe de Gobierno = Mikhail Mishustin (hasta el 16 de enero, Dmitri Medvedev). Es elegido por el Presidente Putin con consentimiento de la Duma. Coordina y preside el gabinete de ministros.
  • Asamblea Federal = Parlamento = Las dos Cámaras Legislativas.
  • Duma = Cámara Baja. Es similar a la Cámara de Diputados en nuestro sistema. Tiene 450 miembros elegidos por sufragio universal.
  • Consejo de la Federación = Cámara Alta. Es similar a la Cámara de Senadores en nuestro sistema. Tiene 166 miembros elegidos por sufragio universal.
  • Consejo de Estado = Órgano Consultivo sin poder formal = Canal de Diálogo entre las autoridades.

 

Ok, ahora a lo importante…

 

El 15 de enero de 2020, durante su habitual mensaje anual ante la Asamblea Federal (Parlamento), el presidente Vladimir Putin asombró a la ciudadanía rusa y a los poderes fácticos extranjeros: Rusia haría una serie de enmiendas constitucionales para afrontar el periodo histórico que se viene a través de un proyecto enviado por el propio poder ejecutivo… y lo haría ahora.

 

 

Esta resolución, que implica modificaciones profundas en el funcionamiento y elección de los poderes estatales, pero también en situaciones cotidianas del “ciudadano común” (como las jubilaciones y los salarios mínimos) es un hecho inhabitual en la Federación, no solamente por lo extraordinario del acontecimiento, sino por la marcha firme, pacífica y ordenada que esta teniendo. Y además no solamente será tratada por los poderes establecidos, esto es, como cualquier ley, tratada y aprobada por ambas cámaras legislativas, sino que también que será refrendada por un referendo ratificatorio donde la ciudadanía aprobará (o no) finalmente las enmiendas propuestas.

 

 

La Reforma avanza ya a gran velocidad y dio su primer paso:  este 23 de enero la Duma aprobó sin restricciones la media sanción.

 

 

Instantáneamente, casi como un acto reflejo, las agencias noticiosas occidentales y los «analistas políticos», algunos de ellos viejos «sovietólogos», empezaron a hablar con una coordinación sorprendente de la «maniobra de Putin» para perpetuarse en el poder, dado que en 2024 finaliza su presidencia, y no tiene posibilidad de reelección. Empezaron a pergeñar con ríos de tinta toda una dialéctica anticipatoria que prefigura una maskirovka (una táctica de enmascaramiento) antidemocrática de Putin, utilizando títulos rimbombantes tales como «el zarismo eterno» y demás ridiculeces.

 

Lejos de lo que se intenta hacer creer, la Reforma poco tiene que ver con las pretensiones personales de Putin. Es mucho más profunda e intenta evitar, justamente, que el poder ejecutivo (el presidencial, específicamente) manipule la política interior y exterior rusa y la vire hacia acciones que nada tengan que ver con los intereses de la Patria. Vale decir, se procura fortalecer y/o preservar los intereses nacionales, eliminando toda permeabilidad hacia la infiltración extranjera, delegando al mismísimo pueblo (a través de sus representantes) esa función soberana. Veremos por qué en las siguientes estrofas. Dado que el presidente tiene hoy amplios poderes decisorios, infiltrar ese cargo a través de un candidato presidenciable «poroso a las famas foráneas» haría caer toda la política independiente rusa construida en estos últimos 25 años en saco roto.

 

 

Primero y ante todo, para comprender las enmiendas, voy a explicarles muy brevemente como es el sistema de gobierno en la Federación: en Rusia hay un sistema de doble comando en el Poder Ejecutivo: el Jefe de Estado es el presidente y el Jefe de Gobierno es el Primer Ministro (PM). Actualmente, el PM designa el gabinete de ministros y a los 10 vicepresidentes, pero bajo la aprobación del presidente. A la vez, el PM es elegido por el presidente, con el «consentimiento» de la Duma (la Cámara Baja). Lo cierto es que en los hechos el PM es casi una «figura decorativa» dado que, por las complejas disposiciones de la Constitución y leyes rusas, es el presidente realmente quien manda y organiza tanto la política interior como exterior, relegando al PM a lo que sería una especie de vicepresidente en nuestro sistema.

 

Vladimir Putin en su discurso a la Asamblea Federal, que es televisado a toda Rusia. El 15 de enero de 2020 desempolvó allí su afán de Enmienda Constitucional.

 

Estudiemos las reformas propuestas ahora por Putin. Vamos a nombrar solamente cinco que sostengo realmente fundamentales:

 

  • Que el PM y todo su gabinete sea designado directamente por la Asamblea Federal, o sea, las dos cámaras legislativas en vez de que el presidente sea quien propone con consentimiento – no aprobación – de la Duma solamente. Sin embargo, el presidente mantendrá el derecho a destituirlos (lo que aquí en Argentina se conoce como «pedirles la renuncia») pero en principio no podrá declinar las candidaturas de la Asamblea.
  • Que la presidencia no pueda ser por más de dos periodos de 6 años, sean consecutivos o alternos (ahora la prohibición es por dos periodos «consecutivos»).
  • Que cualquier candidato a presidente deba haber residido en el país al menos durante los últimos 25 años (hasta ahora la limitación era a 10 años) y no tener ni haber tenido jamás ninguna ciudadanía extranjera ni permiso de residencia de otro país. Este último requisito, además, se fijará a todas las personas que ocupen cargos críticos en el aparato del Estado, desde dirigentes regionales, parlamentarios, ministros, jefe de organismos federales hasta jueces.
  • Se limitará la prioridad al Derecho Internacional. Los requisitos del derecho y los tratados internacionales, así como las decisiones de los organismos internacionales, pueden actuar en territorio ruso solo en la medida en que no impliquen restricciones a los derechos y libertades del ciudadano y no contradigan la Constitución Federal. En pocas palabras, si las decisiones de los organismos internacionales contradicen o chocan con la Constitución, podrá «no ejecutarse» la medida dado que ningún Tribunal Internacional está por encima de la Ley rusa para juzgar a sus ciudadanos.
  • Se consolidará el papel del Consejo de Estado en la Constitución Nacional, que existe desde 2000, pero por ahora carece del estatus oficial. Este Consejo se encargará de «determinar las direcciones principales de la política interna y exterior». Este es un tema algo polémico dado que hoy por hoy, este Consejo es simplemente un órgano consultivo presidido por el Presidente, pero que incluye a ambos presidentes de las Cámaras Legislativas y los gobernadores de todas las regiones de la Federación. Este órgano es fundamental dada la enormidad territorial y complejidad cultural de Rusia. Es una especie de «gabinete de gobernadores», que sin embargo no tiene poder decisorio formal pero sí se articula como un importante comité de debate y coordinación de políticas y mantiene el canal de diálogo entre el gobierno federal y los administradores de los territorios.

 

Estas reformas, a mi juicio muy productivas, dan mayor poder al Parlamento en la elección del PM (lo cual es evidentemente democrática), cercenan el poder presidencial y su posible ambición de reelecciones indefinidas a través de la alternancia (condición que le permitió al mismísimo Putin estar cuatro periodos en el poder) y le garantizan al ciudadano ruso su protección por la Constitución. Pero la vista está puesta, fundamentalmente, en que evita que los oligarcas rusos que devastaron el país en los años 1990, parasitando la economía y fugando divisas (¿les suena la similitud con Argentina?) y que actualmente residen en (oh casualidad) Londres puedan infiltrarse en una carrera presidencial, financiada por sus enormes capitales y sus vínculos con el capitalismo internacional. Hablamos de multimillonarios de guante blanco como Alisher Usmanov o Roman Abramovich, ligados a la Mafiya y a ONGs indisimuladamente sionistas, que manipulan a la población con falsas diatribas como «la guerra de sexos» o «la inclusión al mundo» para socavar cualquier organización soberana (otra vez… ¿les suena?).

 

 

Por supuesto que estas medidas no caen bien a los exponentes del capitalismo internacional: justamente es desde la mass-media occidental, termómetro del alineamiento si los hay (que critica despiadadamente cuando se brega por la soberanía y aplaude a rabiar cuando se arrían las banderas independentistas), que  se acusa a Putin de querer apoderarse del Consejo de Estado. Ellos especulan que al dársele al Consejo un poder de decisión formal en cuestiones soberanas, Putin se reservaría para sí su manejo (aunque nadie explica cómo), manteniendo un poder desde las sombras.

 

Sin embargo, lo que nadie explica es que Artículo 11 de la Constitución se preserva tal cual está, sin ninguna modificación. Este Artículo fundamental dice que el poder estatal de la Federación es ejercido por el Presidente, la Asamblea Federal y las cortes (poder judicial), con lo cual el Consejo de Estado no ingresa como un órgano de gobierno autónomo, por lo que no se sabe a ciencia cierta qué tan influyente podrá ser este Consejo y cómo cumpliría su función.

 

 

De todas maneras, más allá de las especulaciones sobre el «cuco» Putin hay que ver más allá del árbol y observar el bosque. La pregunta que hay que realizarse es… ¿A dónde apuntan estos cambios?

 

 

Y la respuesta es concluyente. No se trata de reservar un puesto influyente para una persona (por más trascendental que sea para la historia rusa moderna). Se trata de reforzar la seguridad nacional rusa, de mantener su política exterior independiente y de preservar a la ciudadanía de cualquier «golpe blando» a través de maniobras conocidas como Lawfare.

 

 

Evidentemente, Putin intenta prevenir que Rusia sea subvertida «desde adentro» por los poderes capitalistas imperiales, recordando quizás la amarga experiencia del colapso de la URSS y la obscena genuflexión de Boris Yeltsin durante la década 1990 (Yeltsin fue una pieza clave en esa implosión al retirar a Rusia de la Unión en 1991, desconocer la autoridad de Gorbachov y luego imponer a su país hacia una economía abierta de mercado). Además, con esta enmienda, Putin bloquea cualquier intento de la Corte Penal Internacional (tan influida por los poderes occidentales fácticos en sus ejemplares fallos) e incluso por los Tribunales de Estrasburgo que se amparan en los Derechos Humanos para llevar a cabo persecuciones de tinte geopolítico.

 

 

Y hay más…

 

Dentro del gobierno ruso hay una puja no disimulada entre euroasianistas y atlantistas, es decir, entre independentistas que ven a Rusia como un ente autárquico ligado mayormente a un bloque con China y el espacio postsoviético, y los integracionistas que ven a Rusia como un socio «europeo» ligado mayormente a los intereses globales estadounidenses. Todas estas reformas son, evidentemente, un triunfo del Euroasianismo y una derrota política del Atlantismo atento a que blindan el sistema político ruso a cualquier infiltración foránea como las ocurridas en Ucrania y tantísimos otros países del mundo. La retirada de Medvedev, más proclive al atlantismo, es un síntoma.

 

 

Diría que, de prosperar estas reformas, los soberanos de Eurasia finalmente se asegurarían su control total sobre el Estado Ruso, dado que el único otro grupo sobreviviente con cierta influencia en la política serían los tecnócratas, dándole a Rusia el espaldarazo para enfrentar al capitalismo imperial financiero con una fórmula que brinda simultáneamente mayor hermetismo político y mayor participación ciudadana.

 

Si la Enmienda sale sin mayores modificaciones, será el triunfo de la posición euroasianista soberanista por sobre la integracionista atlantista dentro de la política rusa. Esto implica que la alianza con China se mantendrá intacta en los años por venir.