La Voz De Todos

La Voz De Todos 7 marzo, 2020

Por Ayelen Lambert

Hace unos días me topé con esta imagen que dejo más abajo, y no dejó de darme vueltas…

Me hizo pensar en todas las veces que escuché a mujeres mayores decir “que aguantaron porque no les quedaba otra, porque no hubieran tenido ni para comer si se separaban, y porque además era algo que estaba muy mal visto”; y todo esto me remite a que también muchas veces se escucha decir que “antes las familias duraban más, que en definitiva, pienso que son dos cosas que están íntimamente relacionadas: las familias duraban más por las mujeres que soportaban y sobrevivían a diario a la violencia doméstica (entre otras).

 

En estos días, hablando con una señora, me decía que incluso hace unas décadas, había personas que consideraban “una deshonra” que la mujer tenga que salir a trabajar. Y en realidad, si nos ponemos a pensar, además de la violencia física, psicológica y sexual, la violencia económica también es muy frecuente y cotidiana. El hecho de que la mujer no pudiera trabajar fuera de la casa a cambio de un salario digno, claro que es una amarra que le impide contar con independencia económica. Y desde ya, sigue sucediendo incluso ahora. Mujeres que son impedidas de ganar su propio dinero porque esa es una herramienta que les permitiría irse, si así lo quisieran.

 

En fin, todo esto me llevó a pensar en las antepasadas, en aquellas mujeres que estuvieron antes que nosotras, nuestras madres, nuestras abuelas, bisabuelas, y mucho más atrás. Y sinceramente me invade una profunda tristeza de sólo pensar el calvario que en la enorme mayoría de los casos han tenido que soportar; muchas veces historias que ni siquiera fueron contadas, abusos que fueron silenciados, legitimados, alentados. Varones creyendo realmente que la mujer era de su propiedad, y que como tal pudieran hacer de ella y con ella lo que quisieran, y las mismas mujeres, creyendo lo mismo. ¡Cuántas veces mujeres ya muy mayores me han dicho que ellas no sabían que eso estaba mal, que eso era violencia, que era abuso! Se me llenan los ojos de lágrimas de sólo recordarlo. Hasta ahora, cuántas mujeres con la mirada triste y el destino medio perdido por no atreverse a dar ese paso que las alejaría para siempre del lugar que les hace tanto daño (y de la persona que les hace tanto daño). Que los hijos muy chiquitos, que lo que va a decir la gente, que mi familia lo quiere mucho, que nadie me va a creer, ni a entender. Y así, miles de mujeres verdaderamente atadas a sobrellevar una vida que no las hace felices, que no es la que soñaron, que quisieran poder cambiar.

 

Obviamente que todo esto está condicionado por el contexto histórico, social y cultural, que no es poca cosa. Pero hablar de las antepasadas me remite a pensar en la pesada carga que llevamos las mujeres sobre nuestras espaldas, tan sólo por haber nacido mujer, y en el hecho de que cuando hablamos de sanar (y de sanarnos) también nos estamos haciendo cargo de curar una herida que tiene un tiempo histórico incalculable, con consecuencias que realmente no se pueden dimensionar, porque las voces que fueron calladas, las voces que no contaron la historia, fueron precisamente las nuestras. Entonces, es muy probable que ni siquiera con todo el amor del mundo puesto para este fin, podamos ser conscientes de lo que a nivel subjetivo, ser mujer implica. Y sí, nos han quitado durante siglos la posibilidad de un relato, la posibilidad de la palabra, pero ¿saben qué? A los años de opresión y de violencia, los llevamos marcados en el cuerpo, aunque no la hayamos vivido en primera persona, aunque ninguna de las nuestras nos lo haya podido contar. ¿Y saben cómo es posible darse cuenta? Por la sensación que nos recorre cada vez que sabemos de alguna mujer golpeada, violada o asesinada. Por esa precisa sensación que nos da en la panza, en la garganta, en el pecho, que no se puede explicar, pero que sin embargo es muy fácil de identificar. Esa es la señal que nos demuestra, que nuestros cuerpos tienen memoria, colectiva, ancestral, llamémosle como sea. Y hablar de sanar, hablar de cuidarnos, es hablar de hacerse cargo de una historia que hasta ahora, no ha tenido un final feliz.

 

Pero, a diferencia del pasado (quizá), hemos comenzado a agruparnos, a luchar juntas cuando se puede, a resistir, a soportar. Y las veces que no, que nada de eso es posible, las veces que la vida pesa un poco más y las fortalezas flaquean, entonces ahí también estamos juntas; porque de a poco, muy de a poco pero para siempre, empezamos a entender, que intentar sanarnos va a doler, pero que esta historia de verdad, nunca más vuelve a repetirse.

 

De los lugares donde no seas feliz, salí. No importa lo que diga el resto. Porque la gente que te quiere, siempre te va a querer bien, y el resto, el resto sencillamente no importa. En serio: si no sos feliz, salí.

 

Ayelén Lambert
Técnica en Acompañamiento Terapéutico egresada de UADER – FHAyCS
Tesista de la Lic. en Psicología
Contacto: [email protected]