La Voz De Todos

La Voz De Todos 8 noviembre, 2019

Por Chris Cyr.

Los ahorristas, para no jugárselas por una divisa sometida a vaivenes especulativos, suelen jugársela por una moneda de 37,5 gramos de oro puro, lo más estable en valuaciones de mercado. El nuevo presidente argentino, Alberto Fernández, se la juega también por un “mexicano” para estabilizar una economía demasiado azotada por los vientos huracanados del neoliberalismo.

 

 

Es un hecho. En materia de política exterior, el nuevo gobierno argentino se apoyará en una robusta potencia norteamericana como pívot de su estrategia exportadora.

 

Y no se trata de los Estados Unidos de Norteamérica, que será sin embargo un factor primordial en la urgente renegociación de la deuda con el FMI, organismo que siempre respondió a su Reserva Federal desde los acuerdos de Bretton Woods de 1944. Ese es otro cantar, donde deberá emplear sus mejores cartas.

 

El principal socio que aspira tener la Argentina de “Les Fernández” será “otro” Estados Unidos, cultural e idiomáticamente más próximo: los Estados Unidos Mexicanos ([1]), con quien se promoverá una asociación estratégica en múltiples niveles.

 

Esta decisión podría resultar una estrategia adecuada para ambos países, pero fundamentalmente para nosotros, en vistas al difícil contexto económico y político en que se halla inmerso el país y, particularmente, en relación a las ataduras que enfrentará el gobierno entrante en cuanto a libertad de acción y decisiones posibles.

 

La Pesadísima Herencia

Para saber hacia dónde se va es preciso saber de dónde se viene, y el panorama que enfrenta la nueva administrar es desolador. No cabe ninguna duda que el resultado económico de la política neoliberal ([2]) que aplicó el macrismo en tan sólo cuatro años ha sido fatídico. Aun cuando se haya realizado un enorme esfuerzo propagandístico para maquillar los resultados, la matemática sigue siendo una ciencia exacta y las cifras macroeconómicas no mienten.

 

Suponiendo que la Administración Macri no tomó acciones específicamente diseñadas y planificadas para el saqueo y la concentración, sino que las mismas fueron producto de desaciertos involuntarios, podemos sostener que desde el inicio de su mandato ésta hizo una lectura errónea de la fase actual de capitalismo. Muy probablemente hayan influido los preceptos ideológicos y formaciones intelectuales de sus funcionarios, que por sus características inherentes, provocan una rígida interpretación de la realidad y no calculan matices. El “modelo” ideológico, como axioma, cree que los capitales de inversión internacionales son, per se, “excedentarios” y están disponibles para su vuelco en economías “propicias”. En tal sentido, lo único que debe realizarse para lograr una “lluvia de inversiones” es establecer lo que ellos llaman “un shock de confianza”, esto es, medidas desregulatorias que permitan instalarse a los capitales productivos y que las “fuerzas del mercado” desaten sus virtudes. Su llegada, al poco tiempo, generaría “brotes verdes” y modernizaría todo el contexto económico y social. Pero lo cierto es que este axioma no es de fácil cumplimiento en este ciclo económico mundial. En esta fase histórica, el capital transnacional de índole productivo ha entrado en una etapa de constreñimiento y, por consiguiente, es fuertemente pugnado por actores de la talla de Estados Unidos, China, Rusia, Japón y la Unión Europea, quienes incluso no han escatimado métodos feroces como las barreras arancelarias y la lista de sanciones; todo ello dentro de un marco geoestratégico superior. Incluso, se ha llegado a imponer mega-devaluaciones (como la sufrida por la lira turca en 2018), como un capítulo particular, de la subrepticia guerra global entre quienes aplican y gozan del patrón dólar y los que quieren imponer el patrón oro.

 

[1] Denominación oficial de (la República Federal de) México.

[2] Aunque usualmente se las denomina “neoliberales”,  para mayor certeza y amplitud, deberíamos llamarla “oligarquistas”, atento a que las minorías oligárquicas son el principal instrumento de aplicación, representación y beneficio de este tipo de políticas, siempre extranjerizantes, socialmente regresivas y económicamente concentrativas.

 

En ese contexto, el gobierno macrista quiso forzar un modelo “a la chilena”, considerado el summum del éxito capitalista. La idea era generar situaciones estructurales “virtuosas” para revitalizar la economía, que había entrado en un amesetamiento. En el ideario gubernamental, las regulaciones impedían la inversión y por consiguiente, generaban un círculo vicioso cuyo derivado principal era el déficit fiscal.

 

Para ello, las medidas a tomar eran relativamente simples: debía proponer una clase trabajadora con bajos salarios y escasos derechos (bajo el eufemismo “desregularización del mercado laboral”), un mercado de cambios extremadamente flexible (bajo el eufemismo “liberalización financiera”) y condiciones permeables para el desembarco de capital (como una irrestricta apertura importadora, una baja carga impositiva para empresas, entre otras).

 

Estas medidas fueron aplicadas con menor o mayor intensidad, pero sin embargo, ninguna inversión productiva significativa llegó a la Argentina; por el contrario, el país se convirtió en el paraíso de la especulación financiera, atrayendo infinidad de “capitales golondrinas”, quienes aprovechaban la porosidad del sistema financiero, como así también, las diversas y super-rentables “bicicletas” con los bonos emitidos por el propio Estado, a tasas obscenas e insustentables, que favorecieron la fuga.

 

Capítulo aparte fue la eliminación o disminución de las retenciones a las exportaciones primarias, especialmente, agro-ganaderas. Macri condonó, además, deudas a los principales grupos económicos, especialmente los energéticos, pero incorporó, escandalosamente, a su propio grupo familiar. Según su ortodoxia, el agro perdía competitividad y productividad por la aplicación de retenciones, y los holdings se veían imposibilitados de invertir mientras tuvieran pasivos, por consiguiente, la anulación de esta fuente recaudatoria y del activo, o sea, del derecho de cobro, eran esenciales para el rediseño económico. Paralelamente, para colmos, se eliminó la obligatoriedad de liquidar divisas a los grupos agroexportadores para “mejorar la previsibilidad financiera” (Decreto 2581/64 PEN). Entonces… ¿De dónde se obtendrían las divisas? Pues de la Inversión Extranjera Directa (IED), que sería atraída por todo este pack de desregulaciones.

 

No obstante, como el plan no tuvo en cuenta el contexto internacional (y tampoco supo distinguir que no existe un solo anzuelo para pescar un pez…) fue un completo fracaso y más pronto que tarde, el Estado tuvo que emitir deuda para cubrir sus baches fiscales.

 

Por lo expuesto podemos sintetizar que con la renuncia a los ingresos genuinos de divisas y con la instauración de un sistema cambiario/financiero vulnerable, propicio para la expoliación, el Estado argentino, en apenas dos años, se vio absolutamente ilíquido y en la antesala de su “quiebra” ([1]). Ante esta perspectiva, la solución que manoteó Macri, ya agotado el endeudamiento con terceros, fue acudir al endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que usualmente desembolsa grandes sumas a tasas blandas, pero con condicionantes que erosionan profundamente el tejido social y productivo de la nación.

 

Así fue que en mayo de 2018, con un déficit fiscal en expansión, con el peso devaluado en un 21-22%, con el BCRA perdiendo USD 5000 MM solamente para sostener el tipo de cambio y obligado a subir las tasas de interés un 40%, Argentina hizo un “triunfal” retorno a la organización financiera de la cual se había librado en 2006.

 

Uno de los mayores retrocesos en la ecuación macroeconómica fue la destrucción del mercado interno, producto de la desregulación y de la “lucha contra la inflación”. En ese sentido, la caída de la demanda para un Estado que basa su recaudación impositiva en gravámenes sobre el consumo y el salario fue otro importante factor en el déficit fiscal.

 

Justamente, el manejo del déficit fiscal, que era supuestamente la llave del éxito (“sin déficit fiscal no habría inflación y sin inflación no habría pobreza”) fue un fiasco total: no solamente no pudo reducirse, sino que se incrementó a niveles superlativos, de modo tal que el “gap” solo fue reducido en ciertos tramos temporales por el “auxilio de plomo” del FMI.

 

Las consecuencias fueron tremendas en todo sentido: desaceleración de la economía, crecimiento bajo o negativo del PIB, aumento de la pobreza e indigencia, desempleo, inflación desbocada, devaluación descomunal del peso (y estas dos últimas, sintetizadas, generaron una caída abrupta del salario real), desindustrialización acelerada y niveles de confianza bajísimos (medidos por el siempre creciente índice de “riesgo país” de la deuda pública).

[1] Por definición, y a diferencia de las sociedades y las personas físicas, los Estados nacionales no pueden quebrar, porque no pueden entrar en fase de liquidación de activos y disolución. No obstante, sí pueden incurrir en cesación de pagos (default) y sus bienes pueden ser embargados y/o ejecutados. El argumento a favor de la imposibilidad de quiebra de un Estado está en que éste tiene siempre la decisión soberana de autogenerar sus ingresos, por ejemplo, a través de la creación irrestricta de nuevos tributos.

 

Algunos datos de la decadencia económica que produjo la gestión Macri

 

 

¿CÓMO SALIR DE ESTE INFIERNO?

Demás está decir que los desbarajustes económicos no son números fríos en una planilla Excel. Cada uno de esos índices y porcentajes se verifican en la más cruda realidad transformándose en un niño desnutrido/malnutrido, en un enfermo sin cobertura médica, en una policía sin entrenamiento, en una educación degradada, en jóvenes que emigran, en familias desmembradas o en situación de calle, en la proliferación de trastornos psicológicos y, fundamentalmente, en un clima de desesperanza donde nada puede proyectarse más allá del cortísimo paso. La vida se vuelve así en una incertidumbre constante porque no hay precios estables, no hay seguridad de empleo, no hay ahorros sólidos… y no hay ingresos que aguanten. Vivir se hace una empresa de alto riesgo.

 

La elección de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner ha traído una brisa esperanzadora. La alegría, sin embargo, no es desmesurada. Se sabe y se advierte que la recuperación no será un camino de pétalos de rosa.

 

Las alternativas que tiene la administración entrante no son muy variadas ni cuantiosas: ha quedado enquistado un  sector oligárquico minoritario, que con un omnipresente discurso de odio ya está en pie de guerra y tiene una capacidad mediática muy movilizante.  Este sector nunca ahorró violencia. Y está sentado sobre sus privilegios sin ninguna intención de negociar. El nuevo gobierno no debería gastar muchas energías en un combate frontal que, al final de cuentas, podría desviarlo de sus objetivos y hasta generar grietas en sus filas.

 

Por tal motivo, sostengo que una de las mayores movidas será SALTAR EL CONFLICTO, lateralizando la forma de enfrentar los problemas. En ese marco, urge “llenar el tanque” con divisas contantes y sonantes. Con una billetera llena todo se simplifica. Y hacia allí apunta la creación de una ALIANZA ESTRATÉGICA con un país amigo que aporte un mercado donde Argentina puede vender, y así, dinamizar su estructura productiva y recuperar su tejido social.

 

Como ya se ha proclamado, el gobierno entrante operará sobre DOS EJES:

  1. Incentivar el consumo para restaurar el mercado interno.
  2. Generar un fuerte impulso exportador.

 

De acuerdo a ciertas declaraciones, podemos concluir que el punto 1) será cumplido a través de las siguientes medidas fundamentales:

  1. Una política puramente monetarista consistente en “poner pesos en los bolsillos”, esto es, emitir dinero para recuperar el salario nominal (y por traslación, el real) aun cuando pueda reproducir un rebote inflacionario. Por los comentarios realizados por Alberto Fernández y muchos de sus exponentes económicos, la inflación argentina tiene mucho más de conformación estructural (básicamente por la cadena monopólica y oligopólica de los formadores de precios, lo cual coincido), y hasta psicológica, que puramente monetaria (la denominada “emisión espuria”) por lo que una buena dosis de pesos al mercado podría ser, lejos de perjudicial, sumamente beneficiosa como punto de partida.
  2. Una negociación rigurosa con los prestadores de servicios públicos para pesificar las tarifas, esto es, contener/reducir el margen de contribución de las empresas proveedoras de gas natural, electricidad y aguas potables, quienes hoy cobran tarifas dolarizadas. Este es un punto central en la lucha contra la inflación. Es más, de obtener éxito en esta negociación, incluso, se podría sopesar cualquier rebrote inflacionario provocado por la política monetarista citada en el punto a). Aquí sí la cosa se pondrá muy dura, atento a los beneficios exorbitantes de estas empresas. Supongo yo que el Estado argentino puede coaccionar sobre sus “responsabilidades de inversión” (que jamás cumplen al dedillo) como una herramienta de negociación o coerción, pero tampoco ha de descartarse la vuelta a los subsidios, herramienta cuyo uso dependerá de la reducción o eliminación del déficit fiscal.
  3. Políticas proteccionistas para los bienes y servicios argentinos “de consumo”(no así bienes de capital, tecnologías o know-how). Es una cuestión de decisión política. Revertir la “apertura irrestricta a la importación” ya produce notablemente una alteración virtuosa en la balanza comercial, en la balanza de pagos, en la revitalización de la industria autóctona, en la proliferación de PyMes y en la generación de empleo. El tema a prestar atención sería la “graduación”.
  4. Continuación de la restricción al consumo de la divisa. El “cepo” deberá continuar aun cuando sea una medida mediáticamente Ocurre que las reservas del BCRA son extremadamente bajas, lo que hace que el sistema financiero nacional sea endeble. Si bien es necesario el ingreso de divisas, es imprescindible, por otro lado, que no haya goteo. La demanda de la divisa estadounidense como moneda de ahorro y atesoramiento provoca tensiones inflacionarias dado que el tipo de cambio “tiende a subir”, generando devaluaciones. La prohibición de comprar divisas en cantidad evita la fuga y el atesoramiento, y si bien puede crear un mercado negro (o “blue”), éste sería marginal y la divisa tendería a estabilizarse “a la baja”, y con ella, el empuje inflacionario (como ya está ocurriendo).

 

En cuanto al segundo objetivo, el de generar un fuerte impulso exportador, aquí interviene, necesariamente, un interlocutor externo, y ese será, sin ninguna duda, México, destino donde Alberto Fernández fue en búsqueda de un puente donde Argentina pueda obtener divisas genuinas para enfrentar su recuperación económica y el pago de su impresionante deuda.

 

Sin soslayar la necesaria reestructuración de la deuda en términos de tasa, quita y plazo, Argentina debe urgentemente generar gran cantidad de divisas para engrosar sus caídas reservas federales.

 

¿Pero por qué México? Primero por potencialidades propias del país azteca, pero además, porque “Les Fernández” prevén apremios en los intercambios comerciales con el actual socio principal, Brasil, debido a los incongruencias ideológicas aparentemente irresolubles, de la cual ya hemos sido testigos de chispazos diplomáticos. El gobierno de Jair Bolsonaro no ha disimulado (más bien ha vociferado) sus intenciones de cortar lazos con Argentina y destruir o socavar la regionalización que ambas naciones han construido (MERCOSUR) en pos de tratados de libre comercio bilaterales, fundamentalmente, con Estados Unidos y la Unión Europea. Acudiendo a México, Argentina intentaría formar una alianza estratégica comercial con un mercado de 124 millones de habitantes, anticipándose así a cualquier medida retaliativa brasileña, actuando por acción y no por mera reacción.

 

Obviamente, la elección de México también obedece a una sintonía progresista entre Alberto Fernández y Andrés Manuel López Obrador. No obstante, tampoco se han de depositar demasiadas esperanzas en ese hecho; México no es proclive a liderar políticas regionales dado que históricamente siempre ha sido un país bastante enquistado, con poca vocación internacionalista. Pero no obstante, por lo filtrado a la mass-media, parece ser que México ofrecerá su enorme mercado para que Argentina haga negocios e incremente el intercambio comercial… y eso, en la situación actual, no es poco.

 

Debe considerarse que México no es un país menor en el concierto mundial de naciones. Es la economía N° 15 por volumen de su PIB, con nada menos que USD 1.241.450 millones en 2018 (Argentina está en el puesto N° 27 con USD 477.743 millones) y ha venido creciendo a un ritmo promedio anual de aproximadamente 2%. Estas cifras dicen poco de la posibilidad de intercambios, pero nos da una idea de la magnitud del socio que se elige.

 

Todos sabemos que los commodities son las principales exportaciones argentinas en general. Hoy por hoy, Brasil, China y Estados Unidos son los principales destinos de esos productos. Con Brasil, específicamente, se da un mayor grado de exportación industrial. Los commodities son productos intensivos que generan poco valor agregado, y sus valores relativos son bajos (usualmente). Con México, los intercambios actuales son casi nulos; rondan apenas un 2% del total de los intercambios argentinos con el mundo. Todo está por hacerse dado que se parte de una relación muy baja. Durante 2018 de los US$ 127.265 millones que arrojó el intercambio comercial total de la Argentina, sólo US$ 2614 millones fueron con México. Demasiado poco para un mercado tan suculento. Pero aún peor: la balanza comercial es deficitaria en US$ 1140 millones, dado que Argentina exportó US$737 millones e importó por US$ 1877 millones.

 

Sin embargo hay una característica clave en este intercambio que podría explotarse: el comercio con México tiene un elevado porcentaje de origen industrial. Vale decir: México no compra mucho, pero compra bien. Según el INDEC, entre enero y septiembre de 2019, el 69% de los productos exportados a México son manufacturas de origen industrial, como productos químicos y conexos, materias plásticas, caucho, papel, cartón e impresos, metales comunes y material de transporte terrestre. Seguidamente, el 23% de las exportaciones fueron manufacturas de origen agropecuario, como pieles, cueros, grasas, aceites, bebidas, líquidos alcohólicos, vinagre, lanas, extractos curtientes y tintóreos. Un 5% fueron productos primarios como frutas frescas, cereales, semillas, hortalizas y legumbres; y sólo un 2% fue exportación de combustible.

 

Esta tendencia es importante porque Argentina necesita exportar en grandes volúmenes, pero también necesita exportar con mayor valor agregado. Esto generaría una reactivación industrial más allá del mercado interno, impulsando empleo de calidad y, fundamentalmente, divisas frescas que aportaría, mayormente, el sector industrial, y no directamente “el campo”.

 

No obstante, esta expectación tiene sus limitantes y requerirá una aceitada negociación entre las partes. La principal restricción hacia la asociación estratégica es que México hoy realiza sus intercambios casi en un 80% con sus socios del T-MEC, el Acuerdo de Libre Comercio que tiene con EEUU y Canadá, y apenas un 4% con Latinoamérica, lo que significa que la mexicana es una economía casi totalmente integrada el mercado norteamericano.

 

Si Argentina logra penetrar, con la ayuda gubernamental, el mercado mexicano, e incrementar no solo los volúmenes sino las calidades de los productos exportados, tiene una oportunidad de “oro” de captar divisas con los que afrontar su recuperación.

 

Ahora bien: ¿Qué dará la Argentina a cambio? Porque la sintonía ideológica es importante para acercar posiciones pero… al fin de cuentas it’s just bussines. Obviamente Argentina entraría en cierta contradicción porque necesita cerrar su economía a las importaciones para gozar de una balanza comercial superavitaria. Por ello, debe seleccionar que sectores puede “ofrecer” al capital mexicano redituables para que haga negocios en el país, pero a la vez, que sean enriquecedores del mercado interno.

 

Si México se compromete a realizar fuertes inversiones en Argentina, idealmente, deberían ser en sectores donde la formación de precios está consolidada. De esta manera, incorporando a un agente de competencia, se podría quebrar la altísima concentración existente, y por consiguiente, generar cierta distensión en la formación de precios (y por ende en la inflación).

 

Pero hay más: la reunión ultrasecreta de Alberto Fernández con el empresario multimillonario Carlos Slim tendría como objetivo el desembarco total de su holding en negocios estratégicos en el ámbito de las telecomunicaciones. En Argentina, la empresa de telefonía celular y datos CLARO es parte de las inversiones mexicanas (y de este grupo) y la fusión entre TELECOM y Cablevisión, impulsada por Macri y que favoreció a Clarín, lo dejó en situación desventajosa. Se comenta off the record que Slim está interesado en jugar fuerte y que podría asociarse estratégicamente al Grupo Ceibo (ex Grupo Indalo) de Cristóbal López, justamente, uno de los afectados in the fresh por Mauricio Macri. Esto es especialmente  atrayente para la nueva estrategia de medios que tendrá el gobierno argentino. Ya no más Leyes que podrían ser fácilmente derogadas. Parece ser que la apuesta viable será la creación de más y mejor competencia.

 

Existe algo más en esta unión, por ahora, simbólica. Y es la necesidad de demostrar que surge UNA NUEVA ERA en Latinoamérica donde empiezan a desperezarse las fuerzas progresistas. Quizás esta aventura no llegue a tan buen puerto, porque el movimiento se demuestra andando y no por citas elogiosas. Pero las continuas alusiones al rearmado de la CELAC, UNASUR, Grupo de Puebla y la convocatoria “a todos” (que no incluye a las oligarquías neoliberales) puede que sea un objetivo aún más suculento que la ingesta de dólares, dado que mejor que un mercado nacional es la consecución de un enorme mercado regional.

 

CHRIS CYR

Licencia en Administración UBA

Analista Político