La Voz De Todos

La Voz De Todos 14 diciembre, 2019

Por Chris Cyr.

La Alianza Atlántica surgió como una estructura de contención integrada y promovida por las «democracias libres occidentales» contra la «amenaza soviética», a la que consideraban tan pérfida como expansionista incluso desde ¡antes de la SGM! Sin embargo, cuando la URSS implosionó, la OTAN no solamente no se desintegró, sino que se expandió hacia el este, cercando progresivamente a Rusia. Ese proceso se consolidó con los bombardeos aéreos a Serbia en 1999. Posteriormente, la OTAN amplió su ámbito de influencia a cualquier lugar del mundo donde Estados Unidos tuviera intereses geoestratégicos, aplicándose sobre Afganistán, Irak, Libia y Siria. Desde el 4 de diciembre de 2019, fecha en que se cumpliera su 70° Aniversario, ha sumado formalmente un nuevo enemigo: la República Popular China.

 

Haré una revisita histórica, con lógica argumental, por ese tránsito hasta la realidad actual.

 

Aliados contrarrevolucionarios

A pesar de lo que comúnmente se cree o se hace creer, en la década de 1930, la principal amenaza percibida por las democracias occidentales (léase, Francia, Reino Unido y Estados Unidos), no eran los flamantes y secretamente admirados fascismos, sino la incipiente Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, que estaba aún en proceso de consolidación tras largas luchas intestinas.

 

 

En plena Primera Guerra Mundial, acontecimiento en donde las monarquías imperialistas europeas se batieron a duelo por la supervivencia de sus reinos y ámbitos de influencia, Rusia tomó una tangente inesperada, la Revolución Bolchevique de 1917, que inauguró un proceso de reorganización social y de valores que fue tan novedoso como incierto por su peligrosa «capacidad de contagio». De hecho, el pueblo ruso, bajo el liderazgo de Lenin, decidió liquidar el orden cuasi feudal de la dinastía Románov, con su obscena opulencia y moral oscurantista, para inaugurar una nueva vía fáctica que hasta entonces estaba enmarcada teóricamente en libros y pasquines. Varias naciones aledañas, inéditamente, se sumaron a las fuerzas revolucionarias y se robustecieron así en nuevas formas organizativas («todo el poder a los sóviets»).

 

 

Notablemente, desde ese embrionario momento, conservadores y liberales se agruparon en el «Movimiento Blanco» para subvertir el nuevo orden socialista, desencadenando una guerra «civil» de 5 años (1917-1923) que terminó, finalmente, con la victoria del Ejército Rojo y la Revolución. En ese grupo contrarrevolucionario no solamente se hallaban los restos del viejo ejército zarista, elementos nacionalistas ucranianos y la Iglesia Ortodoxa; estaban implicados también cuerpos expedicionarios extranjeros que se hicieron llamar «Aliados» conformados por tropas francesas, británicas, japonesas y estadounidenses.

 

Esfuerzos de Distensión

Casi dos décadas después, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la preocupación por ese molesto bloque socialista en el núcleo euroasiático aún persistía. Rusia siempre fue un trofeo preciado, como lo atestiguan las incursiones de Carlos XII de Suecia, Federico EL Grande y Napoleón Bonaparte. Pero una Rusia socialista era una espina más difícil de tragar. Muchos dirigentes notables estaban convencidos que el principal enemigo era el comunismo soviético y no la Alemania hitleriana, a quien consideraban, en ese entonces, como un potencial aliado inclusive. Por eso no debe sorprender que Neville Chamberlain y Édouard Daladier, primeros ministros de Reino Unido y Francia respectivamente, no hicieran mucho para contener las reivindicaciones post-Versalles de Hitler y le entregaran en bandeja la partición de Checoslovaquia en 1938 (a través del infame Pacto de Múnich) y tampoco se opusieran al Anschluss con Austria. El miedo al «demonio» soviético, y la necesidad de no incomodar a Alemania, a quien pensaron siempre poder controlar y/o digitar hacia un enfrentamiento entre ellos, provocó tiempo después, en septiembre de 1939 cuando Hitler lanzó su Wehrmacht contra Polonia, que británicos y franceses hicieran declaraciones altisonantes, pero no movilizaran ni un solo infante en su auxilio. [1]

 

 

Neville Chamberlain, Édouard Daladier, Adolf Hitler, Benito Mussolini y el ministro de Exteriores italiano Galeazzo Ciano, preparados para firmar el infame Pacto de Múnich.

 

 

 

 

 

 

Esto no es casual: las élites europeo-occidentales tenían terror de que una furibunda horda proletaria tomara el poder bajo la consigna de la derogación de la propiedad privada, el ateísmo, la economía centralizada y el forjamiento de una «nueva era» que acabara con los privilegios de clase. Después de todo, Hitler y Mussolini renegaban del sistema político liberal pero no del orden económico, y nunca rechazaron asociarse con el gran capital. Conocida es la «buena predisposición» del Führer de proteger e impulsar las actividades comerciales de empresas locales de la talla de Krupp, Thyssen, Volkswagen, Bayer o Siemens, pero también con las estadounidenses DuPont, Ford, Westinghouse, General Electric y (la banca judía) JP Morgan con quien el Estado Nacional-Socialista hizo formidables negocios.

 

 

La cuestión es que una vez que los alemanes, Blitzkrieg mediante, desataron su conquista europea empezando por el este (Polonia) pero prosiguiendo luego por el oeste (Francia, Países Bajos, Bélgica, Dinamarca, Noruega), los británicos [pues los franceses ya no tenían opción de opinar] decididamente se convencieron que estaban ante una guerra intra-capitalista de carácter posindustrial cuyo botín era el mercado europeo y el comercio colonial. Estaban, en parte, en lo cierto: el nazismo se articuló como una tercera vía, profundamente nacionalista, ideológicamente en las antípodas del comunismo (a quien querían directamente exterminar) pero también lejana de la «judería internacional» del capitalismo financiero angloestadounidense. Por eso mismo, en opinión de las «democracias liberales», los fascismos eran atractivos como fuerza de choque anticomunista, pero peligrosos por sus «contradicciones internas» (su imposibilidad de manipulación).

 

No obstante, el Levensraum («espacio vital» o reservorio de recursos naturales) que Hitler había anunciado en su libro Mein Kampf tenía su objetivo en el este, en el «inexplotado» territorio de la URSS. Una vez que Alemania consolidó sus posiciones en el oeste (con Francia controlada y hasta colaboracionista, con Inglaterra impotente, luchando en los márgenes y en los mares) con el único objetivo de sentar una posición de fuerza que evitase la formación de una Triple Entente como la constituida en 1907, desató la impresionante «Operación Barbarroja». Así, el 22 de junio de 1941, comenzaría el asalto más trascendente de Alemania, el que le daría la hegemonía geoestratégica mundial.

 

 

Si bien la invasión germana de 1941 tomó a Stalin con la guardia baja (ver la imperdible entrevista al destacado historiador ruso Valentim Falin aquí https://www.youtube.com/watch?v=wzzBmgb0Hic&t=515s), los soviéticos habían previsto este ataque muchos años antes. En 1939, Hitler hablaba sin tapujos de sus planes expansionistas y vindicativos, y la propaganda contra el «bolchevismo judío» se difundía cada día con más ahínco. Previo a la invasión de Polonia, el ejército alemán ya estaba listo para entrar en combate en toda Europa. Con mucho tino, los soviéticos sabían que Polonia sería la víctima propiciatoria, pero temían que Hitler prosiguiera su marcha más al este e invadieran su territorio. En ese sentido, al menos ¡seis años antes! intentaron realizar un pacto con Francia y Reino Unido para disuadir las ambiciones teutonas.

 

En 1933, año en que Hitler subió al poder como Canciller, el gobierno soviético instauró oficialmente una nueva política de seguridad colectiva y asistencia mutua para resistir a Alemania. ¿En qué consistía? En armar una alianza política-militar que reeditara la Triple Entente pero que incluso estuviera abierta a… ¡Estados Unidos y la Italia fascista! Para intentar forjarla, en octubre de ese año, Stalin envió a Estados Unidos a su ministro de Exteriores Maksim Litvinov para plantearle al presidente Roosevelt la cuestión de la seguridad colectiva para enfrentar ¡ya en ese momento! al Imperio del Japón (que tenía su propio Lebensraum denominado la Esfera de Coprosperidad Asiática) y a Alemania. Si bien Roosevelt tomó la idea con interés, en 1934 el Departamento de Estado, donde todos ‎eran furibundos anticomunistas, saboteó el acercamiento (lo que demuestra que el primigenio Deep State conservador estadounidense ya estaba en formación). Simultáneamente, diplomáticos soviéticos abordaron el mismo tema con los ministros de Exteriores francés, Joseph Paul Boncour (1933) y Louis Barthou (1934). Pero al asumir Pierre Laval en 1936 como sucesor, y siendo éste abiertamente pro-nazi, las relaciones quedaron truncadas. Laval, que boicoteó el entendimiento con los soviéticos, fue colaboracionista (Jefe de Gobierno de la Francia de Vichy) y terminaría condenado a muerte por alta traición en 1945.

 

 

Con los británicos también se intentó un acercamiento para frenar a los nazis, pero los sondeos quedaron finiquitados cuando se firmó, en junio de 1935, el acuerdo naval anglo-alemán que permitía el rearme de Kriegsmarine bajo ciertos parámetros de «tonelaje». Es más, ya para 1936, el ‎ministro británico de Exteriores, Anthony Eden, puso fin al acercamiento usando como pretexto la «propaganda comunista».

 

 

Vale decir que los soviéticos quedaron solos antes sus presunciones de que Alemania los atacaría tarde o temprano. O lo que es peor: empezaron a pensar que los anglosajones y franceses deseaban que los alemanes los atacaran y progresaran a costa de ellos. Cabe preguntarse ¿Por qué los ‎gobiernos de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña harían eso sabiendo de la potencialidad alemana, sus planes geoestratégicos escritos en Mein Kampf, e incluso, habiendo atravesado la experiencia de la Primera Guerra Mundial? Pues porque las élites gubernamentales de esos países eran furiosamente anticomunistas y la fobia antisoviética no les permitía percibir la amenaza nazi, a quienes creían “un mal menor”. ‎Es más, la mayoría de aquellas élites se mostraban complacientes con la figura de Adolf Hitler, a quien consideraban un adalid del capitalismo y la cultura europea contra la expansión del barbárico comunismo «asiático». ‎

 

Rodeados por las circunstancias, Stalin hizo la mejor jugada posible: pactar directamente con los alemanes. No lo hizo con Polonia, porque éstos habían firmado (de lo que poco se habla) ya un pacto de no agresión con los alemanes en 1934 (además, como sigue siendo hoy en día, existen sentimientos antirrusos en Polonia que provienen desde la guerra ruso-polaca de 1919-1921 e incluso, muchos deseaban incorporarse al III Reich al que consideraban «civilizado» en contraposición al «salvajismo» ruso).

 

 

La cuestión es que los soviéticos se vieron forzados a pactar con los alemanes luego de que todas sus proposiciones fueran rechazadas. Hay que decirlo: nadie quiso aliarse con Moscú contra la Alemania nazi, excepto, irónicamente, Alemania, quien lo hizo a sabiendas que vulneraría ese pacto ulteriormente. El Pacto MolotovRibbentrop se firmó el 23 de agosto de 1939, apenas 7 días antes de la invasión alemana (y soviética) de Polonia. Todos los “no” de las potencias occidentales tuvieron como destino utilizar las ambiciones imperiales nazis contra un solo objetivo: destruir la URSS. [2]

 

 

El Pacto de Múnich en septiembre de 1938, donde Reino Unido y Francia (con el visto bueno italiano) entregaron Checoslovaquia a Alemania («paz a toda costa» declaró Chamberlain) fue visto como una traición por la URSS y tomado como un aviso de que Europa en su totalidad deseaba su destrucción. Nunca se dice, pero hasta Polonia obtuvo un pequeño territorio de la partición checoslovaca, con lo cual estaba implicada en el acuerdo con los nazis (Churchill la llamaba «el chacal» por esa carroña oportunista). [3]

 

Por eso puede decirse que el Pacto Ribbentrop-Molotov, lejos de ser un acuerdo propiciatorio entre dictaduras como aún hoy se intenta instalar desde la mass-media, fue el resultado infructuoso de casi ‎‎6 años de esfuerzos soviéticos por formar una coalición antinazi con las potencias occidentales. Era un pacto secreto entre dos potencias que se temían mutuamente y tenía cláusulas escandalosas. Pero, hay que decirlo, ¡no era mucho peor que el Pacto de Múnich firmado por las democracias liberales occidentales! ‎

 

Stalin intentó un apaciguamiento hacia Alemania parecido al que los anglo-franceses hicieron en 1938, la cual fue, obviamente, un enorme error de cálculo, como demostró apenas dos años después el inicio de la invasión a la URSS. Stalin creyó, ingenuamente, que los alemanes respetarían el acuerdo, al menos, mientras estuvieran combatiendo con los ingleses…

 

Aliados no tan Aliados

La Gran Guerra Patria conllevaría 1.418 días de la más horripilante masacre en suelo eslavo y europeo. Finalmente, superados por las circunstancias y a regañadientes, Gran Bretaña y Estados Unidos terminarían aliándose con la URSS para combatir «un enemigo mayor» que los hubiese fagocitado a todos de no unirse. Los unía el espanto. Británicos y estadounidenses comprendieron que, si caía la URSS, Alemania estaría en una situación geoestratégica inmejorable de la que difícilmente se la podría desbancar. Sin embargo, esto no les insuflaba simpatía por los rusos: querían que se desgastaran totalmente.

 

Desde junio de 1941 hasta junio de 1944, prácticamente todo el peso de la contienda recayó únicamente en el Ejército Rojo.  La pesadilla que Stalin intentó evitar desde 1933 terminó sucediendo: quedó sólo ante los alemanes. La contribución angloestadounidense a la defensa rusa fue muy menor (excepto quizás por el abastecimiento de la Ley de Préstamo y Arriendo que pagaron con decenas de convoyes hundidos en el Mar del Norte por los submarinos germanos) y… muy tardía.

 

La victoria de Stalingrado, el 2 de febrero de 1943 y la victoria en Kursk, el 23 de agosto de 1943, ocurrió 16 meses antes del desembarco de los «Aliados» occidentales en Normandía. Fueron, sin duda, las dos batallas decisivas de la guerra. Entre junio de 1941 y septiembre de 1943 (apunten las fechas) no hubo ni una sola división estadounidense, británica o canadiense luchando en el continente europeo. ¡Ni una sola! La «campaña italiana» comenzó en septiembre de 1943 y fue un fiasco, con un avance extremadamente lento, marginal y esquivo.

 

¿Casualidad? No, claro. Las democracias occidentales deseaban la destrucción de la URSS, en lo posible, confrontando alemanes y soviéticos en una salvaje aniquilación. Lo que se dice “matar dos pájaros de un tiro”.

 

Es más: el desembarco aliado en Normandía, acaecido el 6 de junio en 1944, que no fue ni por asomo la batalla decisiva de la Segunda Guerra Mundial se efectuó únicamente porque el Ejército Rojo avanzaba sin parar hacia Europa Central. Cabe preguntarse: si los angloestadounidenses tardaron 3 largos años en formar un segundo frente mientras la URSS se desangraba… ¿Por qué lo abrieron solamente cuando la URSS sobrevivió y armó un contraataque furioso en dirección a Europa? ¿Por qué el desembarco se formalizó cuando Alemania estaba ya prácticamente derrotada y solo luchaba desesperadamente en el este?

 

Los servicios de inteligencia occidentales creían que, para 1944, la URSS estaría completamente agotada tras sus victorias y no tendría reservas humanas ni materiales para proseguir su avance sobre Europa. Se equivocaron. Entonces planificaron una enorme fuerza anfibia para llegar antes que los rusos a Berlín.

 

El desembarco coincidió «causalmente» con un complot de asesinato contra Hitler el 20 de julio («Operación Valquiria») por el cual los generales golpistas que asumieran el poder prontamente iban a disolver las defensas alemanas del Frente Occidental (¡pero no el Oriental!), para dejar que los anglosajones ocuparan Alemania, y en lo posible, liberaran Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Yugoslavia y Austria… y se sumasen a detener al Ejército Rojo, justo en las fronteras de 1939. [El almirante Wilhelm Canaris que comandaba el Abwehrabteilung, la Inteligencia alemana y que fuera el principal golpista, coordinó esa resolución con el general Stuart Menzies, jefe del MI6 y con el embajador estadounidense en Turquía, George Earle, representante personal de Roosevelt].

 

De hecho, el principal plan angloestadounidense no era la «Operación Overlord» (el desembarco de Normandía), que fuera propuesto a Stalin en la Cumbre de Teherán en 1943 tras las decisivas victorias de Kursk y Stalingrado, sino precisamente la «Operación Rankin», que preveía establecer el control angloamericano sobre Alemania y toda Europa del Este, para frenar a la URSS. Eisenhower, cuando fue designado comandante del Segundo Frente, recibió la directriz de que, si surgían las condiciones propicias para realizar «Rankin», debía abandonar «Overlord».

 

Que Hitler haya sobrevivido al atentado fue, increíblemente, una buena noticia para Stalin. La «apisonadora» soviética siguió su marcha hacia Berlín, pasando por Polonia, Hungría, los Cárpatos y los Balcanes. Justamente, esa invasión soviética de Europa Oriental, que quedaría a partir de allí bajo su órbita, les impediría a los angloestadounidenses utilizar su avanzada fuerza aérea de bombarderos estratégicos en un ataque contra el territorio ruso, dado que oficiaban de «estados colchón».

 

Como se aprecia, todo atestigua que el verdadero enemigo fue, antes y durante la guerra, la URSS. Alemania se configuraba como un díscolo tercero en discordia, inmanipulable (al menos bajo el liderazgo de Hitler) y con agenda propia. Su enorme potencialidad e iniciativa obligó a una colaboración para destruirla, ante la imposibilidad de blandirla en una sola dirección. Esta colaboración entre Aliados estuvo repleta de especulaciones, traiciones y desconfianzas hacia los soviéticos, a quienes también se necesitaba aplastar.

 

Finalizada la guerra, la división se haría meridiana y los puntos se pondrían definitivamente sobre las íes. Nacería la OTAN, un bloque militar declaradamente «defensivo», pero que se constituía como una estructura organizada en pos de la destrucción de la URSS. Y ahora con Alemania, desideologizada, de su parte…

 

Roosevelt, Churchill y Stalin en Yalta, el 12 de febrero de 1945, configurando el mundo de posguerra. Churchill, temeroso de perder poder, impulsaba una alianza anglo-francesa, por eso bregó para que una parte de Alemania sea administrada por los galos. En realidad, desconfiaba de Estados Unidos, porque pensaba que deseaba dejar sus tropas en Europa para siempre. Roosevelt garantizó que sus tropas solo quedarían por unos dos años. Sin embargo, OTAN mediante, las tropas americanas siguen allí, más vigentes que nunca, 75 años después.

 

 

Posguerra: Alemania formalmente dentro

Alemania, mientras blandía un anticomunismo rabioso, tuvo el favor del capital transnacional. Sin embargo, el nazismo despreciaba también a las democracias liberales que intentaban impulsar a Hitler hacia una contienda exclusiva contra los soviéticos. Y si bien se entreveró con la URSS en una guerra de exterminación, también ocupó Francia y les disputó el dominio continental a los ingleses. Hitler ponía por delante sus ambiciones nacionalistas, lo cual era inadmisible. En un discurso ante el Reichstag luego de declarar la guerra contra Estados Unidos, anticipó lo que sería la creación de la OTAN diciendo que la política de Roosevelt apuntaba a establecer «unbegrenzte Weltherrschaftsdiktatur» (una ilimitada dominación y dictadura mundial) de Estados Unidos en tándem con Gran Bretaña para apoderarse de los recursos y mercados mundiales.

 

 

No se equivocaba: ya el 22 de junio de 1944, a días de haber desembarcado en Normandía, los angloestadounidenses se estaban ocupando de implantar el nuevo orden económico y político mundial para la posguerra, bajo su hegemonía, realizándose la Conferencia Monetaria y Financiera de Naciones Unidas en Bretton Woods, New Hampshire. (Recuerden que la «Operación Valkyria» para matar a Hitler fue el 20 de julio por lo que supongo que se descontaba el éxito).

 

 

En Bretton Woods quedarían establecidos algunos puntos básicos del mundo tal cual lo conocemos hasta ahora: no habría reparaciones de guerra para la derrotada Alemania, pero sí partición territorial y control político-militar total; se impulsaría el comercio multilateral, la libre circulación de mercaderías e inversiones y la convertibilidad de monedas y libre cambio, lo que significaba la liquidación del sistema colonial cerrado. De esta reunión surgió el GATT (General Agreement on Trade and Tariffs) que dio marco al libre comercio, el FMI (Fondo Monetario Internacional) para vigilar el funcionamiento del sistema monetario y el Bank for Reconstruction and Development (BIRD, más conocido como «Banco Mundial»). Y algo fundamental: se estableció que los Estados asociados deberían conservar sus reservas internacionales, no ya en oro, sino en dólares o libras esterlinas (éstas últimas prontamente quedarían en desuso por la devaluación sufrida post- SGM). El nuevo “patrón dólar” hizo que el Departamento del Tesoro manejara las finanzas internacionales y utilizara su poder monetario a través de estas instituciones para condicionar en materia de déficit público, inflación y crecimiento de salarios a los países firmantes, teniendo un auténtico derecho a la injerencia y cercenando la soberanía de los Estados.

 

Sin embargo, esos acuerdos no eran posible sin el dominio obediente de Europa Occidental, futuro mercado estadounidense, y tampoco se podía ignorar la presencia de la URSS, que tras la guerra ocupaba todo el este europeo.

 

 

Como el gigante soviético jamás se plegaría a las condiciones de Bretton Woods porque no sometería su soberanía, se decidió crear un órgano de representatividad mundial. Nació así Naciones Unidas, donde todo el poder ejecutivo estaría en los 5 grandes vencedores, que tendrían poder de veto: URSS, Estados Unidos, Reino Unido, Francia y China. La idea era aislar a la URSS porque China aún no era comunista. Era el 7 de octubre de 1944 cuando se esbozó la Carta de Naciones Unidas, acordando un sistema con Consejo de Seguridad, Asamblea General, un Secretariado y una Corte Internacional de Justicia.

 

 

Sin embargo, las democracias occidentales, aún con la URSS en inferioridad numérica en la ONU, seguían preocupadas por la seguridad del «mundo libre», o sea, la seguridad del libre mercado y de los intereses transnacionales estadounidenses. ¿Por qué? Porque se temía que la influencia soviética fuese «atractiva» para las naciones europeas, tal como lo atestiguó el Golpe de Praga en febrero de 1948. En Francia, Italia y Grecia, los partidos comunistas eran muy populares (¡eran los verdaderos vencedores del nazismo!) y se temía su conversión. Ironías del destino, terminaría siendo atractiva para China, donde las fuerzas de Mao tomarían el poder en 1949.

 

 

Sin embargo, hubo un suceso que funcionó como punto de inflexión: en el seno del Consejo de Control Aliado, el organismo de control de las cuatro potencias que se repartían Alemania, los anglosajones promovieron en 1948 la Währungsreform (reforma monetaria) que introdujo el Deutsche Mark en las 3 zonas occidentales de Alemania, forzándose así, de hecho, una Tri-Zone autónoma, sin consenso soviético. El intercambio comercial entre oeste y este era vital para la zona de ocupación soviética dada la extensión logística desde Moscú. Con esta decisión, se ahogaba la zona soviética. Luego, los jefes de gobierno de los Länder (Estados) alemanes, con la obvia promoción de las potencias occidentales, convocaron para el 1° de septiembre de 1948 una Asamblea General constituyente para fundar la República Federal de Alemania.

 

Esto fue el «acabóse» para la URSS, que desencadenó así la Crisis de Berlín, bloqueando la ciudad, situada en la zona de ocupación soviética, bajo el argumento de que las potencias occidentales habían abandonado la idea administrar Alemania (tal como fuera acordado en Yalta y Potsdam), al crear un Estado separado. Los soviéticos pensaban por lo bajo que «la pondrían contra ellos» (lo que les aterrorizaba, tenía antecedentes en plena SGM y que finalmente terminó sucediendo).

 

 

Esa reacción soviética fue fundamental para que Estados Unidos creara, el 4 de abril de 1949, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN/NATO), una alianza militar suscripta por Estados Unidos, Canadá, Francia, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Islandia, Italia, Noruega, Portugal, Luxemburgo y Reino Unido, como un sistema colectivo de defensa contra la «agresividad soviética». ¿En qué se justificaba? En el bloqueo berlinés, que había sido provocado de manera adrede al desconocer acuerdos previos con la contraparte soviética.

 

 

La alianza militar «defensiva» fue formada aun cuando la URSS no había tomado ninguna acción ofensiva sino más bien había reaccionado ante una situación de incumplimiento. De hecho, el bloqueo de Berlín se mantuvo hasta el 12 de mayo de 1949, no fue indefinido. La URSS reaccionaba con un bloqueo a lo que consideraba un acto de guerra. Seis años después de la OTAN, el  4 de mayo de 1955, nacería su némesis: el bloque militar del Pacto de Varsovia, y el 7 de octubre 1949 recién proclamarían la creación de la República Democrática Alemana en la que fuera la zona de ocupación soviética. [4]

 

 

Como se ve, la URSS tomaba medidas reactivas, algunas muy torpes, a acciones provocadoras provenientes de la «Anglósfera».

 

 

La OTAN enmascaraba un propósito central que fue excepcionalmente descripto por Lord Ismay [5]: «conservar a los estadounidenses dentro, los rusos afuera y los alemanes abajo», vale decir, preservar la supremacía estadounidense, contener a la URSS y someter a Alemania. Esto es importante, pues la adhesión a esta organización necesariamente quitaba soberanía a los países implicados, dado que se subordinaban militarmente a Estados Unidos, por consiguiente, al yugo económico y al manejo propagandístico. Se formaba así un enorme bloque capitalista.

 

 

Prontamente, el mundo quedó divido en «Democracias Libres» versus «Totalitarismo Comunista», generándose la lógica de la «Guerra Fría». Bajo su órbita, Estados Unidos promovió la expansión del capital financiero (iniciada a través del Plan Marshall) y subordinó a Europa a través de la deuda y el miedo, con la excusa de la voracidad soviética, avivando el fantasma del «Bloqueo de Berlín». En realidad, los soviéticos se abroquelaban y fortificaban en sus dominios para «evitar otra Barbarroja» pues sabían de al menos dos planes de continuación de la guerra contra ellos: (1) La «Operación Unthinkable», plan británico ordenado por Churchill en junio de 1945 que implicaba 100 divisiones aliadas incluyendo ¡100.000 soldados alemanes capturados! y (2) El «Plan Totally», ideado por Eisenhower en 1945, que implicaba el ataque a 30 grandes ciudades soviéticas para 1946 con al menos 20 bombas nucleares (aunque para esa fecha Estados Unidos tenía sólo 9). Pero, además, la URSS temía quedar totalmente desfinanciada (durante la guerra había contraído deudas con americanos y británicos por 6000 y 1000 millones de dólares respectivamente, recuerden que su infraestructura estaba destrozada) por lo que intentó modelar su dominio sobre los Balcanes, Polonia y demás países del este europeo acoplando sus economías a las necesidades de acumulación de capital de la URSS y construir un sistema de defensa «lo más lejano a sus fronteras».

 

 

Si algún país coqueteaba con la influencia comunista (como Italia y Grecia), una red de sabotaje, contrarrevolución y represión denominada stay-behind o Gladio, que se hallaba bajo el mando de la OTAN, los ponía a raya. Esta red se especializaba (o se especializa) en operaciones psicológicas y terrorismo para manipular luego la opinión pública. En sus inicios, los principales responsables operativos fueron elementos nazis reconfigurados, como Reinhard Gehlen y Alois Brunner, pero incluyó elementos derechistas como la Logia Masónica P2, además de las agencias de inteligencia CIA, MI6 y Bundesnachrichtendienst (BND).

 

Estados Unidos no desmanteló las industrias ni expolió la RF de Alemania (como sí los hizo la URSS con la parte oriental) permitiendo la recuperación de su capacidad productiva. La idea era que el contribuyente norteamericano no pagase el vasto imperio militar en Europa para “contener” (o destruir) a la URSS, sino que lo hiciesen los propios europeos. Para ello nació, también, la OTAN. Los europeos se verían obligados a pagar el asentamiento de las tropas estadounidenses basadas allí para “su seguridad” y comprar armamento americano. El negocio era perfecto.

 

 

Bajo su paraguas, Estados Unidos extendió la sociedad de consumo y de entretenimiento hacia el «Mundo Libre», además de impulsar como nunca su complejo militar-industrial armando a los ejércitos atlantistas con sus mejores sistemas de armas, a través de contratos leoninos. El resto poco importaba mientras se subordinara a estas premisas: en Portugal y España se promovieron dictaduras fascistas, pero en Alemania Federal e Italia, se promulgó una sociedad de bienestar para contrastar con sus vecinos socialistas y ahuyentar cualquier rebrote nacionalista.

 

 

Mientras tanto, la OTAN fue sumando nuevos miembros: Grecia y Turquía, en 1952, y Alemania Federal, reconstruida y desnazificada, en 1955. España lo haría en 1982.

 

 

Sin embargo, con tamaño instrumento de poder y dominio mundial Estados Unidos se iba asomando al umbral del proto-fascismo bajo el manto de un furioso anticomunismo. Puertas adentro, el macartismo estaba en auge y cualquiera que disienta con la “ideología oficial” era castigado con prisión u ostracismo, y la CIA, creada en 1947, ya organizaba golpes de Estado y asesinatos selectivos en la periferia del mundo. Así, se fue gestando y consolidando un poder militar autosuficiente que tenía potestad sobre la democracia civil en su propio país. El propio Eisenhower, ya presidente, advirtió que el sector militar/militarizado se había desarrollado tanto que obligaba a los presidentes a ser simples monigotes (ver: https://www.youtube.com/watch?v=MSQhwZgpIwc). Sin embargo, esa advertencia era tardía: EEUU ya era una “democracia militar” basada en guerras permanentes, en la conquista, y en alianza al capitalismo de consumo, fue estableciendo un concepto de vida (american way of life) basado en el endeudamiento, en la utilización irresponsable de los recursos naturales y en la explotación de los trabajadores. ¿Por eso la URSS seguía siendo su enemigo?

 

Las armas nucleares entran en escena 

Para 1949, Estados Unidos tenía pensado un ataque atómico contra la URSS para borrar de un plumazo la «amenaza roja». La operación propuesta se llamó «Dropshot» (la película Dr. Strangelove de Kubrik se inspiró en ella). Incluía la eliminación de 100 ciudades, y no menos del 85% del potencial industrial soviético. Pero ocurrió algo impensado: el 29 de agosto de 1949, la bomba nuclear RDS-1 de 22 kilotones fabricada por los rusos había sido detonada con éxito. Los rojos tenían ahora también la llave del Armagedón.

 

 

Si bien eso fue un «deténte» para los angloestadounidenses, también fue una oportunidad propagandística: ahora los soviéticos eran mucho más amenazantes, lo cual permitía el rearme alemán y su adhesión a la OTAN.

 

 

Sin embargo, esa paridad nuclear, que se fue dando entre los años ’50 y ’60, conllevaba el peligro de que todo «se saliera de las manos». En 1961, escaramuzas en el Checkpoint Charlie provocó la creación del Muro de Berlín, para evitar que los tanques se disparen mutuamente. Pero la cumbre de mayor locura fue la Crisis de los Misiles cubanos en 1962 (que, como se recordará, fue again una reacción soviética a la instalación de misiles nucleares estadounidenses en Turquía, en el flanco sur de la OTAN), hecho que inauguró la necesidad de batirse en la periferia a través de guerras convencionales (Vietnam es el mayor ejemplo) en vez de enzarzarse en el teatro europeo, donde la cantidad de material bélico, incluso nuclear, propiciaba lo que se conoce con el adecuado nombre de MAD (Destrucción Mutua Asegurada. Mutual Assured Destruction). El enorme podría militar de las superpotencias y sus bloques constituyeron el punto culminante de la Guerra Fría, que a partir de allí comenzó a enfriarse en su núcleo y apuntar hacia los márgenes.

 

Vista desde la zona de ocupación estadounidense: tanques Americanos M48 Patton enfrentan a tanques soviéticos T-55 en checkpoint Charlie en octubre de 1961. Milagrosamente nadie disparó, pero este antecedente se saldaría con el Muro de Berlín para evitar estos peligrosísimos encuentros “face-to-face

 

 

 

 

Ello reveló la necesidad de vencer a través de otros métodos, más sutiles, como la subversión económica, la guerrilla, el golpe de estado disfrazado de sedición democrática, la campaña ideológica a través de los medios de comunicación o la revolución tecnológica. Y también, a generar algún tipo de acuerdo para limitar la creación y uso de las armas nucleares, como los acuerdos SALT (Strategic Arms Limitation Talks), o reducirlas, como los START (Strategic Arms Reduction Treaty).

 

Estados Unidos somete a sus dos «socios» europeos 

Puertas adentro, Estados Unidos tenía que imponerse a los elementos díscolos. Alemania no era un problema porque había sido derrotada de una manera humillante, había sido partida en cuatro, y su población, desnazificada, no tenía ánimos revanchistas. Sin embargo, Reino Unido y Francia se seguían viendo como potencias imperiales aunque claramente no tenían ni el poder ni la influencia de antaño.

 

 

Estados Unidos había promovido la OTAN como un elemento de contención contra la URSS, pero fundamentalmente lo hizo para dominar todo el hemisferio occidental, el Extremo Oriente y los territorios del antiguo Imperio Británico, lo que incluía los océanos del mundo, asegurándose un poder incuestionable militar y económico.

 

 

Para adoctrinar a sus «socios», se estimularon procesos de descolonización (generalmente la URSS tuvo un rol más activo, pero Estados Unidos hizo lo suyo aunque con fines de reemplazo), erosionando las estructuras de administración y luego fomentando la aparición de élites locales para utilizarlas como instrumentos de su administración. En Latinoamérica esto ya había pasado desde que España se opacó como imperio y se instauró la «Doctrina Monroe» (hoy vigente). Ahora era el turno de británicos y franceses.

 

 

La primera oportunidad se dio en la llamada Guerra del Sinaí de 1956, por la cual una fuerza anglo-francesa y otra israelí combinaron un ataque demoledor contra el Egipto de Nasser que había osado nacionalizar el Canal de Suez. Si bien obtuvieron una victoria militar concluyente, la enorme presión diplomática estadounidense y soviética (¡Ambos coordinados!) los forzaron a retirar sus ejércitos. El mensaje era claro: no queremos terceros en discordia, el mundo ahora es bipolar.

 

 

Esta situación irritó tanto a Charles de Gaulle que retiró a Francia de la OTAN (Sarkozy, en 2009, la reingresaría). Entre sus argumentos esgrimió que, dado que la organización abrazaba el lema de Dumas «uno para todos y todos para uno», entonces los intereses nacionales franceses en Argelia, que luchaba por su independencia, deberían ser un asunto atlantista también.

 

 

Esta medida tuvo efectos positivos y negativos: por un lado, Francia pudo desarrollar de manera independiente su industria de armamentos, creando hasta su propia disuasión nuclear. Pero por otro lado no pudo evitar la insurgencia en sus colonias, perdiéndolas poco a poco, desde Argelia hasta Indochina (Vietnam), donde sería reemplazado luego de una humillante derrota por… Estados Unidos.

 

Reino Unido, tras la retirada forzada de Suez, comprobó con desaliento que su «era imperial» había finalizado, y se conminó a seguir la política estadounidense como un fiel ladero. Luego de la SGM, la economía británica estaba quebrada y enfrentaba una dura crisis financiera, mientras que la norteamericana estaba en pleno auge económico. La independencia de India, Paquistán y Ceilán en 1947 fue otro duro golpe. El Plan Marshall de préstamos, que generalmente se cree que fue a parar a Alemania, tuvo como principal prestatario a los británicos, con más de US$ 3300 millones. Sin embargo, el costo fue de una devaluación de la libra, una renuncia a sus intereses coloniales, cierta desindustrialización (especialmente la tecnología de punta) [6] y un alineamiento total a la política americana.

 

Antecedentes de la expansión hacia el este 

La OTAN no se involucró en ningún conflicto armado contra la URSS por temor, por supuesto, a las fuertes reacciones soviéticas, que pasaban de «moderadas» a «brutales» en un santiamén.

 

 

En 1956, los húngaros intentaron librarse del comunismo (¿acaso fue la primera Revolución de Color?) a través de una protesta estudiantil que luego se «viralizó» a todos los estamentos sociales. La protesta rápidamente se hizo violenta y muchos miembros del Partido fueron ejecutados o encarcelados, mientras consejos improvisados arrebataron el control de gobierno. El Politburó, creyendo que estaba ante un sabotaje organizado y no una protesta común, movilizó al Ejército Rojo, congregando 1130 tanques en Budapest y otras regiones. Más de 2500 húngaros y 722 soldados soviéticos perecieron y otros 200.000 húngaros huyeron como refugiados a Occidente.​

 

 

En 1968 ocurriría la «Primavera de Praga», donde, tras la experiencia húngara, se intentó realizar un «socialismo con rostro humano», esto es, un progresivo cambio «interno» sin cambiar (totalmente) la ideología reinante, con mayor apertura económica, cultural y política, incluso, con el advenimiento de partidos no-socialistas y la planificada escisión de Checoslovaquia en dos estados (como ocurriera finalmente en 1993). Los soviéticos pensaban que esto era un ardid parecido al de la instauración de la RFA en la Tri-Zone acaecida en 1948. Y el corolario fue la invasión brutal de las fuerzas del Pacto de Varsovia (excepto Rumania), para reprimir las reformas.

 

 

La conclusión de esos episodios fue que el socialismo soviético era «tiránico, represor y deshumanizante», lo cual, es justo decirlo, no faltaba a la verdad. Sin embargo, nadie adjudicaba estas revueltas a un plan de expansión de la OTAN hacia el este, lo cual tampoco era una falacia.

 

Ciudadanos de Praga con una bandera checoslovaca manchada de sangre en la Plaza de Venceslao viendo pasar tanques soviéticos al comienzo de la invasión.

 

 

La trampa de Afganistán y el gambito de Star Wars

Estados Unidos advirtió que la URSS tenía fuerzas centrífugas desintegradoras: por una parte, en sus países de Asia Central y Cáucaso, más adeptos a su religión musulmana que a los preceptos comunistas, y otra, en sus limitaciones económicas, dado que su sociedad de posguerra tenía exigencias de consumo que no podían ser satisfechas, la producción estaba muy primerizada (dependía de los hidrocarburos) y el gasto militar era descomunal.

 

Explotar los recursos sobre esos puntos alteraría definitivamente el marco geopolítico global por lo que se orquestaron dos estrategias para desgastar, y en lo posible destruir, a la URSS.

 

La primera fue la Guerra de Afganistán: El presidente Jimmy Carter y su consejero de seguridad, el fanático anticomunista antirruso de origen polaco Zbigniew Brzezinski, habían congregado al reino saudita y la red  denominada «Hermandad Musulmana» (al-Qaeda es una de sus ramificaciones) para fomentar, financiar y armar el integrismo sunita en Afganistán. El dinero de la CIA y de los saudíes, más el servicio secreto pakistaní, el ISI, introducían el fundamentalismo islámico en las repúblicas musulmanas de la URSS, y también algunos comandos en acciones de sabotaje en Tayikistán y Uzbekistán.

 

Ante la cantidad de atentados, golpes internos y asesinatos, el gobierno filocomunista afgano solicitó la intervención soviética en virtud de la llamada «Doctrina Brezhnev» [7]. El Ejército Rojo creyó que en unos meses pacificaría el país; se quedó 10 años con un saldo de 15.000 muertos y 50.000 heridos, sin contar los suicidados, adictos y enfermos mentales que pudieron regresar a sus hogares. El coste económico fue tremendo y la propaganda negativa «contra el imperialismo ruso» fue aún peor, socavando los ya flojos lazos de unión entre repúblicas tan culturalmente dispersas.

 

La segunda estrategia fue la «Iniciativa de Defensa Estratégica», vulgarmente llamada «Star Wars». Se trató de un programa propuesto por Ronald Reagan en 1983 que pretendía establecer un escudo defensivo en el espacio ante un ataque soviético con armas balísticas estratégicas. Esta iniciativa, que fue un bluff porque era impracticable con la tecnología de esa época, sin embargo, provocó ingentes esfuerzos científicos y económicos en los soviéticos que realmente lo creyeron y pensaban que la paridad nuclear quedaría derribada, por consiguiente, podrían ser víctimas de un ataque nuclear como el proyectado oportunamente en «Dropshot», pero más letal aún.

 

Para más dolor de cabeza, la CIA logró engañar a la KGB y el GRU haciéndoles llegar falsos indicios sobre la inminencia de un ataque nuclear («Operación Ryan»), que provocó una verdadera psicosis en el Kremlin. El 26/11/1983, el centro de alerta espacial Serpukhov-15, situado al sur de Moscú, recibió de un satélite de vigilancia infrarroja el código rojo de lanzamiento que señalaba la presencia de misiles balísticos estadounidenses a 30.000 km de altitud, pero resultó ser una falsa alarma… esa fue la otra situación límite en que un apocalipsis nuclear fue posible.

 

Todo ello sucedió mientras un impresionante arsenal propagandístico, ayudado por masificación de las comunicaciones, fustigaba los procesos revolucionarios y el Socialismo Real planteando los conceptos de «Nuevo Orden Mundial» e «Ideología Única» (o «Fin de las Ideologías») que subvertían a la población civil y la empujaban al desánimo y al abandono.

 

Se disuelve la URSS ¿Se disuelve la OTAN?

Por supuesto, muchos factores incidieron en la disolución de la URSS, algunas autogeneradas, otras exógenas, pero por razones de espacio sinterizaré algunas que fueron claves.

 

Desde lo económico, existía una fuerte crisis económica con un déficit fiscal impresionante (15% del PIB hacia fines de los ‘80s), producto de la falta de competitividad de la economía soviética, muy primarizada en extracción de hidrocarburos, que encima, gracias al pacto norteamericano-saudí de híper-producción, hizo tender el precio del barril de crudo a la baja, desfinanciando al Estado.

 

El déficit también tenía que ver con los enormes gastos en dos rubros: la carrera armamentística, cada vez más acuciante por la «Star Wars» montada por Estados Unidos, y las desiguales relaciones comerciales con el bloque socialista, que era literalmente subvencionado por la URSS para mantenerlo cohesionado.

 

Desde lo social, el nivel de vida había involucionado. En los años 80’s se extendió el racionamiento de productos básicos y empezó a haber inflación y surgió el mercado negro. La duración media de vida descendió de 70 a 67 años, debido, además, al alcoholismo y la drogadicción. El desempleo, que nunca había sido un problema soviético, en 1989 era ya un tema importante: 15 millones de desocupados/sub-ocupados estaban oficialmente reconocidos. Además, el contrasto con las democracias occidentales era abismal: ellos consumían, prosperaban y planificaban sus vidas. Y encima se «entretenían».

 

Desde lo político interno, la «gerontocracia» dirigencial vivía atada a las glorias pasadas y fingían normalidad mientras el país se estaba desmoronando y la población había perdido su fe en el socialismo, que estaba militarizado. La asunción de Mikhail Gorvachov como una «figura joven» que prontamente intentó transformar la economía con emprendimiento privados a través de la Glasnost/Perestroika, no dio ningún resultado.

 

Desde lo político externo, las debilidades del Estado Central soviético recrudecieron la rebelión de las nacionalidades no rusas. Los países bálticos (Letonia, Estonia y Lituania), que no se habían unido a la URSS por motus propio y se sentían culturalmente bajo la órbita alemana, empezaron insurrecciones violentas que requirieron de los tanques «al estilo Stalin». Encima, la guerra irresoluta de Afganistán demandaba muchos esfuerzos a la población que estaba harta de ver a sus “hijos” muertos en un lugar inhóspito. Además, Reagan y el Vaticano trabajaban para atraer a los países del este y debilitar sus vínculos con la URSS. La OTAN, mientras tanto garantizaba que no se expandiría al este.

 

Entre el 11 de marzo de 1990 y el 25 de diciembre de 1991, la URSS entraría en una espiral de golpes y contragolpes que desembocaría en su implosión y disolución.

 

Promesas sobre el bidet (porque me tratas tan bien, me tratas tan mal)

En el marco de sus reformas político-económicas, Gorbachov necesitaba retirar sus tropas de Europa del Este para despresurizar sus gastos militares. La paz era deseable para la reconstrucción interna y para relanzar el socialismo. Estados Unidos sabía de esas urgencias. Pero Gorbachov pecó de inocente al creer que, retiradas las tropas soviéticas, las tropas atlantistas «no tendrían cometido alguno» y se desmovilizarían también.

 

 

En 1990, la tensión político-social no solamente estaba presente en Europa del Este y dentro de la URSS. En Alemania, había caído el Muro de Berlín y se hablaba de reunificación. Los soviéticos querían retirarse de Alemania pero tenían reservas sobre la «posible expansión de la OTAN en territorio de la RDA». El «Tratado 2+4», suscripto el 05/03/1990, que fue la antesala a la reunificación, finalmente acaecida el 03/10/1990, excluía el estacionamiento de tropas extranjeras de la OTAN dentro del territorio oriental alemán. Sin embargo, no hubo jamás un acuerdo formal que nombrara la expansión de la OTAN sobre los países del Pacto de Varsovia, simplemente, porque nadie se imaginaba la disolución de la URSS y su bloque defensivo.

 

 

Incluso si hubiera habido un acuerdo escrito formal para respetar los intereses de seguridad soviéticos, lo cierto es que la disolución del Pacto de Varsovia (01/07/1991) y la implosión de la URSS en 1991 crearon una situación completamente nueva, en la que los países de Europa Central y del Este pudieron definir sus propios objetivos de política exterior y de seguridad. ¿Pero por qué adherir a la OTAN a los países del espacio postsoviético? ¿Por qué intentar cercar a la nación sustituta, la Federación Rusa?

 

Bombardeo a Yugoslavia: evaluando la reacción rusa

En 1956 y 1968 ocurrieron las «revueltas democráticas» en Hungría y Checoslovaquia, respectivamente, y los soviéticos reaccionaron brutalmente. Pero en 1991 la URSS no existía más y el primer resultado fue la disgregación yugoslava. Sin embargo, quedaba una extenuada sucesora, Rusia, que aún sumida en la criminalidad, la desigualdad, el desabastecimiento, la decadencia moral y el caos social… seguía teniendo armas nucleares y un ejército lleno de tanques.

 

Pero la OTAN, que planificaba expandirse al este desde 1990 cuando estimulaba la reunificación alemana, aun dudaba de la reacción rusa, cuyo ejército estaba desmadrado, obsoleto y debilitado, tal como se demostró en su primera guerra chechena (1994-1996) donde no pudo vencer, pero todavía tenía dientes.

 

Para tantear su capacidad de reacción se inauguró la primera intervención masiva armada de la OTAN en el este europeo, bajo la excusa «humanitaria». La OTAN, como británicos y estadounidenses durante la SGM contra Alemania, eligieron el método del bombardeo indiscriminado como táctica, bajo la «Operación Allied Force». Los ataques tuvieron lugar desde el 24 de marzo al 11 de junio de 1999. No hubo intervención del Consejo de Seguridad de la ONU: fue una guerra unilateral de la OTAN. China y Rusia habrían ejercido poder de veto a cualquier resolución al respecto.

 

Rusia y Serbia siempre fueron países cercanos, por ser eslavos y ortodoxos. De ahí que el ataque de la OTAN contra Belgrado resonara fuertemente en Moscú, cambiando la percepción a un nivel profundo. A partir de allí, los rusos perdieron su fe en los «valores occidentales» y en el «sueño europeo», refugiándose sobre sí mismos. Pero esa fue la única reacción rusa. No hubo auxilio material ni involucramiento, porque Rusia estaba devastada por las políticas neoliberales que había abrazo el presidente Boris Yeltsin, que dependía de los préstamos de Occidente para sobrevivir. [8]

 

Notablemente, la embajada de China fue bombardeada «por error en los mapas», encajándoles 5 bombas JDAM guiadas por GPS. Esa fue la única misión de la guerra cuya planificación fue realizada por la CIA. ¿Un aviso muy tempranero de lo que vendría 30 años después?

 

A Impotencia Rusa, Expansión Atlantista

Superada la prueba de coordinación militar de los medios disponibles, de la eficiencia tecnológica de las armas occidentales, de la subordinación militar (a Estados Unidos) de los mandos y de nulidad de toda reacción rusa, la OTAN estaba lista para su expansión hacia el este, hacia las fronteras rusas, aun cuando en 1997 se había formado un Acta Fundacional OTAN-Rusia para un futuro Consejo consagrado a la «cooperación».

 

La OTAN blandía un «doble estándar»: tranquilizaba a Rusia con formalidades, pero en los hechos expandía sus ejércitos. Apenas dos años después de la firma del Acta, bombardearon Serbia (único aliado ruso en los Balcanes) y ese mismísimo año, los ex miembros del Pacto de Varsovia, Polonia, Hungría y Chequia se unieron a la organización. Era una clara provocación.

 

En 2002, se creaba finalmente el Consejo OTAN-Rusia, que daba a las relaciones una mayor estructura. Rusia fue admitida en el FMI, el Banco Mundial, el G7 y la OMC. Parecía haber distensión, pero en 2004, también dos años después, llegó una nueva expansión, con la adhesión de 7 países: Bulgaria, Estonia, Letonia, Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. En 2009, Albania y Croacia se sumaron también. El Consejo resultó ser, en palabras rusas, un intento de «control de daños».

 

 

Desde 1999 a 2009 había ocurrido un hecho fundamental que llevó a Estados Unidos hacia un despotismo mundial: un auto-atentado (11-S) perpetrado por el Deep State impulsó un imperialismo de «guerra permanente» que se focalizó en Eurasia como eje de dominación. Así, tropas norteamericanas invadieron Afganistán e Irak, con tropas atlantistas en apoyo, mientras Rusia lamía sus heridas y China consolidada su proceso de acumulación capitalista.

 

El ataque georgiano, el renacer ruso

Cuando Putin subió al poder supo que tenía que reforzar la capacidad militar rusa si no quería que su nación fuera devorada. Pero primero tuvo que combatir al «enemigo interno»: se desligó de las oligarquías parasitarias del negocio hidrocarburífero [9], destruyó al crimen organizado que saboteaba el comercio y roía la sociedad y llegó a una paz con los chechenos (tras la Segunda Guerra Chechena, luego de una campaña militar exitosa).

 

Sin embargo, Putin no pudo evitar que la OTAN se expanda hacia el este, básicamente, porque sus fuerzas armadas estaban corrompidas, vetustas y desorganizadas. Sabía que ningún tratado podía frenar el cerco a su país si no ofrecía una disuasión creíble.

 

Encima, George W. Bush, envalentonado por sus campañas militares, planteó la defensa antimisiles de la OTAN «para contrarrestar a Irán». El detalle era que los misiles se instalarían en Polonia, Rumania y Chequia. La geografía no presentaba equívocos: era un intento de socavar la capacidad de respuesta nuclear de Rusia, como lo fuera la iniciativa Star Wars de Reagan (pero esta vez no era un bluff).

 

Y lo que era peor, con la «Revolución Naranja» en Ucrania y la «Revolución Rosa» en Georgia (que recuerda a Hungría 1956 y Checoslovaquia 1968) subieron al poder dirigentes políticos que veían el futuro de sus países respectivos integrado en la UE y la OTAN.

 

Todos estos reveses rusos envalentonaron a Georgia para «recuperar» manu militari Abjasia y Osetia del Norte, naciones reconocidas únicamente por Rusia. El 07/08/2008, tropas georgianas (equipadas y entrenadas por EEUU e Israel, un estado atlantista de facto) invadieron esos territorios y masacraron a las «fuerzas de paz» rusas. Era la primera vez que la OTAN atacaba directa e indirectamente a los rusos. La reacción rusa fue bestial. Utilizó todos sus recursos disponibles para hacer retroceder a los georgianos, a quienes propinó una notable paliza… aunque a un costo elevado porque sus fuerzas seguían siendo obsoletas.

 

Con esa decisiva intervención, Rusia empezaría a detener el roll-back hacia sus fronteras y tomar cierta iniciativa en su defensa. A partir de 2008, Putin implementó una revolucionaria reforma militar que incluyó nuevos regimientos en la zona occidental, bases en el Ártico, renovación de los misiles balísticos nucleares, incorporación de nuevos blindados, cazas, misiles de crucero, misiles antiaéreos y equipos de radar e inteligencia electrónica. En lo político, empezaría un escabroso pero firme acercamiento a China.

 

OTAN, Policía Global de la «Pax Americana»

Con la «Neocon Gang» en el poder, Estados Unidos liberó sus fuerzas militares por todo el globo a los efectos de consolidar internacionalmente sus intereses comerciales y financiero-petrolíferos en pos de una verdadera gobernanza global. La OTAN fue el instrumento utilizado para lograr una full-spectrum dominance, ejerciendo unilateralmente el monopolio de la violencia allí donde el Imperio lo exigiese.

 

En ese marco, se dieron rienda suelta a la «Operación Libertad Duradera» (invasión de Afganistán) donde la OTAN activó por primera vez el mecanismo de defensa mutua que prevé el Artículo 5 del Tratado de Washington para apoyar los ataques estadounidenses contra «el terrorismo». Así se inauguraron a partir de 2003 las misiones ISAF, por Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad que brindaban seguridad al país invadido. En Irak, la OTAN también intervino, pero supuestamente para entrenar a las fuerzas de seguridad.

 

Ante ciertas divergencias de los miembros europeos, la OTAN inauguró el concepto de «Aliado Extra-OTAN» [10] donde países no europeos ni norteamericanos podían intervenir en apoyo a su bandera, lo que significa en los hechos la internacionalización de la OTAN fuera de su teatro original de operaciones.

 

La Rusia de Putin se planta

EN la Cumbre OTAN de Bucarest del 08/08/2008, y a poco de reconocerse la independencia de Kosovo (17/02/2008), Estados Unidos quiso incorporar a Georgia y Ucrania como miembros plenos. La negativa francesa y alemana, que no querían provocar a Rusia, de la que cada vez más dependían energéticamente (lo que demuestra la perspicacia de Putin al controlar esos recursos) hizo fracasar el intento. Entonces se desencadenó el ataque georgiano para forzar la situación. Pero fue un fiasco. Los rusos habían dicho varias veces que esa era su línea roja, dado que ambos estados eran considerados un “punto neurálgico y emocional”.

 

Desde ese momento la situación entre Estados Unidos y Rusia se volvió delicada. La hiperpotencia norteamericana se había encontrado por primera vez con una voz contraria a su expansión y dominio totalitario, bajo el denominado The New American Century. Entonces sucedieron tres hechos casi simultáneos, con el fin de bloquearle a Rusia el acceso al Mar Negro, el Mediterráneo y el Mar del Norte, para confinarla y aislarla a una vasta extensión de tierra sin salida al mar y sin influencia en el Medio Oriente, el Norte de África, el Sudeste Asiático y el Atlántico Norte.

 

  1. En 2011, la OTAN bombardeó Libia y se exterminó al gobierno de Muammar Khadafi. Libia era un aliado tradicional de la URSS y había intentado vender petróleo en euros (recordar Bretton Woods). Las fuerzas terrestres no fueron atlantistas, sino su brazo mercenario: la Hermandad Musulmana (la misma que organizó la trampa de Afganistán a los soviéticos). Fue un golpe exitoso que intentarían repetir en otros lugares.
  2. A partir de 2012, se planificó la «Guerra Civil Siria» a través de ejércitos subrogados de la Hermandad Musulmana, con objetivos múltiples, pero entre ellos, eliminar el único puerto ruso en el Mediterráneo: Tartús.
  3. En 2014, el «EuroMaidán», un golpe de Estado neonazi apoyado por la OTAN para desterrar toda influencia rusa y vendido mediáticamente como «librepensador», buscó quebrar el entramado industrial común ruso-ucraniano, arrebatar el puerto de Sebastopol y quedarse con toda la Flota del Mar Negro.

La respuesta rusa fue tenue e inoperante en el caso libio, pero en Siria intervino, desde septiembre de 2015, con su fuerza aérea, naval y terrestre, en pos de salvar al gobierno legítimo de Bashar al-Assad y establecerse como un jugador de primer nivel en Medio Oriente, venciendo gracias a sus nuevos sistemas de armas que impulsara la victoria (pírrica) ante Georgia en 2008.

 

En el caso ucraniano, si bien no pudo evitar el golpe de Estado, sí armó a las milicias organizadas del Donetsk y Lugansk (Novorrusia) quienes ofician hoy de una «buffer zone» de facto y además, reintegro a la Federación toda la península de Crimea, donde realizó un plebiscito vinculante.

 

A partir de ese momento, Estados Unidos, y su vasallo europeo civil, la Unión Europea, se dedicaron a realizar «sanciones comerciales» para debilitar su economía, «operaciones mediáticas y psicológicas» (como el caso Skripal) para horadar el liderazgo de Putin, atentados (como el abatimiento del Boeing 777 del Vuelo 17 de Malaysia Airlines sobre Ucrania, con el que se quiso culpar a los rebeldes prorrusos), ruptura de mecanismos de diálogo, guerra propagandística y promoción del integrismo islámico (fundamentalmente en el Cáucaso).

 

Sin embargo, Rusia no se quedó de brazos cruzados. Ya en 1996 impulsó la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) integrada por ella misma, China, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán, con la idea de formar un espacio euroasiático que los defienda de la agresividad imperial euro-estadounidense. Posteriormente se incorporaron a esta organización, India, Paquistán y Uzbekistán. Irán está allí como “veedor”.

 

Adicionalmente, Rusia compartió con China otra «Ronda de Reuniones»: el BRICS, que incorpora a Brasil, India y Sudáfrica y tiene por objeto la cooperación sur-sur entre las economías nacionales emergentes más importantes del mundo.

 

Estos impulsos de Moscú y Beijing por formar espacios mancomunados para sortear los mega-bloques regidos por Estados Unidos los compulsó a formar su propio espacio integrativo. Así, Rusia y China fueron abandonando sus viejos resquemores de la época soviética, y crearon una asociación tanto económica como militar muy enriquecedora para ambos. Los rusos brindan a China los hidrocarburos tan vitales para la expansión de su economía; China brinda a Rusia los bienes de consumo. Y ambos, además, en su dialógica, sortean las sanciones occidentales, abriendo sus mercados uno al otro, en lo que se llamó «el Giro hacia Oriente».

 

De esta manera, la inclusión del «Factor Chino» ha sido clave para entender las acciones de la política exterior rusa. La colaboración militar ha llegado también a niveles altísimos: a las cuantiosas exportaciones de armas rusas se le suman las maniobras conjuntas en el Mar Meridional de China y en el Mediterráneo, algo totalmente impensable unos años atrás. Además, a niveles de inteligencia, ambos colaboran para desarticular las «Revoluciones de Colores» en sus espacios cercanos y en sus propios territorios.

 

El empuje de la OTAN contra Rusia y el hostigamiento estadounidense contra China logró su peor pesadilla: ambos contrincantes cooperando militarmente y formando un eje férreo de acción global.

 

 

 

 

Las autoridades rusas, además, han propuesto la vinculación entre la Unión Económica Euroasiática (UEE) [11] con la propuesta china de OBOR o «Nueva Ruta de la Seda», y abogado para que la OCS hegemonizada por China, tengan mayor participación con la UEE y el Tratado de Seguridad Colectiva, ambas hegemonizadas por Rusia. Esto es un desafío significativo a la supremacía económica estadounidense.

 

Este «activismo ruso» fue cambiando la percepción de varios países, que progresivamente se le acercaron para servir de contrapeso a Estados Unidos, máxime en aquellos que sufren el terrorismo islamista, como los casos de Azerbaiyán, Egipto, Irán, Turquía y Siria, pero también Venezuela (que sufre “otro” terrorismo).

 

70° Aniversario: la incorporación de China como enemigo

A pesar de lo que la mass-media nos quiere hacer creer, esto es, que solamente existieron peleas intestinas por el presupuesto y las vanidades, (que las hubo), la OTAN ha llegado a un acuerdo: se extenderá hacia el Pacífico para ‎«contener» el ascenso de China.

 

Las rispideces que llamaron la atención de los focos en realidad es parte de la rivalidad renovada entre alemanes y franceses por quien comandará Europa ante el giro copernicano estadounidense hacia Asia. Francia quiere sopesar su fortaleza nuclear-militar. Alemania su pujanza económica y su liderazgo en la Unión Europea. La puja es quien será el gendarme en el Teatro Europeo. Estados Unidos apuesta por el nuevo imperialismo germano.

 

Pero la verdadera novedad de esta cumbre es la apertura del «frente chino», lo cual ‎significa convertir a la OTAN en un bloque militar (aún más) global y extendido a la zona «Asia-Pacífico», para lo cual sería fundamental incorporar a Australia, India y Japón a ese bloque, para ‎cercar a China, tal como se hizo con Rusia, proceso que ya está en formación de hecho. ‎

 

Australia, que combatió a los nazis y japoneses n la SGM, envió tropas durante la Guerra de Vietnam y participó en Afganistán e Irak desde en 2003 como aliado extra-OTAN, firmó el 7 de agosto de 2019 un nuevo acuerdo con esta Organización para reforzar su cooperación en la región del Índico y el Pacífico. «La OTAN necesita entender las implicaciones del ascenso de China en un escenario geopolítico en el que Beijing ejerce un poder cada vez mayor, alcanzando áreas que pueden afectar a los intereses de los miembros del Tratado del Atlántico Norte», dijo en esa oportunidad el secretario general Jens Stoltenberg. Estados Unidos planea desplegar misiles nucleares de alcance intermedio alrededor de China (por eso se retiró del tratado INF firmado en 1987 con la URSS) y la incorporación de Australia como miembro pleno modificaría la composición y el sentido mismo de la Alianza. El primer paso concreto es la construcción de 12 submarinos ultramodernos a un costo de USD 50.000 millones para contrarrestar el ascendiente chino en el mar de China Meridional por donde pasa el 60% del comercio australiano [12]. Australia, en total, aumentará su presupuesto de Defensa en 26.000 millones de dólares en una década, convirtiéndose en el 5° comprador de armas en el mundo. Esto lo convierte en un excelente miembro… no como los europeos que retacean aportar el 2% de su PIB.

 

El esfuerzo por sumar a Japón está rindiendo sus frutos: por lo pronto, el conservador primer ministro Shinzo Abe, en julio de 2015, aprobó un paquete de reformas legales que fortalecen al ejército y le permite intervenir fuera de las fronteras, con lo que invalida el artículo 9 de la constitución pacifista establecida tras la SGM. Además, el gobierno aprobó un proyecto para incrementar el presupuesto de defensa hasta 243.000 millones de dólares en cinco años, lo que se plasmará en la construcción de dos portaaviones (algo estrictamente prohibido tras la SGM). No debe olvidarse que Estados Unidos ya cuenta con 40.000 tropas desplegadas en Japón. Estimular el conflicto que Japón mantiene con Rusia por las Islas Kuriles y con China por las Islas Senkaku es fundamental para incorporarlo a la OTAN, además de agitar el fantasma norcoreano. Como antecedente cooperativo, en 2018, Japón y la OTAN hicieron maniobras conjuntas en… ¡el Mar Báltico!

 

India, sin embargo, no es un hueso fácil de roer. Si bien ha empezado a cambiar su matriz de armamentos hacia abastecimientos estadounidense e israelíes, y tiene una rivalidad histórica con China, también comparte con ésta el BRICS y tiene intensas relaciones comerciales, además de una tradición tercermundista no-alineada.

 

En octubre de 2011, la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton lanzaba en Foreign Policy ‎su llamado a «volverse hacia Asia» (pivot to Asia), según el cual Estados Unidos tendría que ‎salir de Europa y del Medio Oriente ampliado para desplegarse en el Extremo Oriente. Pero el Pentágono rectificó: no es cuestión de salirse de regiones, sino de ampliar el despliegue. En eso consistía la noción de «re-balance».

 

No se trata solamente de una «estrategia de contención» a China y Rusia, se trata también de un gran negocio. El «acting» de Trump, enfurecido por los escasos aportes europeos dará sus frutos: quizás Grecia no pueda poner el 2% del PIB, pero el de Francia, Reino Unido, Alemania e Italia compensan con creces. De hecho 16 de los 29 países vienen aportando el 2% y al menos el 20% de ese gasto irá a la compra de armamento… estadounidense.

 

El multimillonario reemplazo de los cazas F-16 por los F-35 es un ejemplo en ese sentido. Por eso mismo, Estados Unidos fustiga a Turquía por salirse de la matriz y comprar sistema antiaéreos S-400 rusos.

 

Acusando a Rusia sin pruebas de haber desplegado misiles nucleares de alcance ‎intermedio y de haber violado así el Tratado INF que prohíbe ese tipo de armamento, la cumbre ‎de la OTAN decidió «el fortalecimiento de nuestra capacidad para defendernos con un conjunto de medios nucleares, convencionales y antimisiles, que seguiremos adaptando. Mientras existan armas nucleares, la OTAN seguirá siendo una alianza nuclear». ‎Excepto Francia, el único proveedor de material nuclear es… Estados Unidos.

 

Conclusión

La OTAN nació como una estructura formal de los intereses imperiales occidentales que no habían podido «alinear» a la Alemania nazi en su destrucción de la URSS/Rusia. Con fines declarativos de «contención» ante el «expansionismo soviético», bastó que la URSS implosionara (gracias a sus contradicciones internas, pero también por decidida acción saboteadora estadounidense), para que pronta y cínicamente ellos se expandieran al espacio postsoviético, rodeando agresivamente a la flamante Federación Rusa.

 

Las promesas de respetar la paz que le habían hecho a Mikhail Gorbachov para que este desmovilizara el Ejército Rojo de Europa Oriental prontamente se vieron desmentidas tras la reunificación alemana en 1990 y fragmentar Yugoslavia. Allí, 9 años después, medirían la reacción rusa al bombardear indiscriminado Serbia, el principal aliado ruso en los Balcanes, y montar el «protectorado atlantista» de Kosovo.

 

La OTAN se convirtió en la punta de lanza diplomático-militar de Estados Unidos al incursionar en Libia, Afganistán, Siria e Irak, cuando a partir de 2001 se lanza decididamente a su fase imperialista de conquista del planeta.

 

Sin embargo, la alianza fáctica entre una renacida Rusia, que puso un freno a las ambiciones atlantistas a partir de 2008 en su guerra con Georgia, y China, que en el lapso de 10 años (2008-2018) se convirtió en una potencia militar de primera categoría (aparte de ser la segunda economía más esplendorosa), hizo que la OTAN se replantee sus objetivos y vaya incorporando al Extremo Oriente en su esfera de operaciones.

 

El ascenso fulgurante de China, que se plantea con ventajas en la Tercera Revolución Industrial (nanotecnología, 5G, aeroespacio, autos eléctricos, baterías ion-litio, etc) hace que sea fundamental detenerla para que gaste gran cantidad de recursos en su defensa y, al igual que el coloso soviético, caiga sobre sus propios pies, extenuada.

 

El juego es doble: en esa carrera armamentista, el complejo-militar industrial estadounidense, afincado en el Deep State, sale ganando como mayor proveedor de los países atlantistas. La incorporación de Australia y Japón (y probablemente India) haría el negocio más redondo aún.

 

NOTAS

[1] Irónicamente, como garantía de los Acuerdos de Múnich y la consecuente ocupación alemana de Checoslovaquia, el 31 de marzo de 1939, Reino Unido y Francia se comprometieron a apoyar y garantizar la independencia polaca a través de una Alianza Militar.

 

[2] Algunos podrán decir que los soviéticos también invadieron Polonia, lo que demostraría su “imperialismo”. Pero no es exactamente así aunque no se trata de dividir los acontecimientos en “buenos” y “malos”. La URSS invadió Polonia básicamente por dos motivos: (a) asegurar una buffer zone que los separara de los alemanes y (b) administrar con los alemanes un territorio común para, en lo posible, alcanzar acuerdos de convivencia posibles. Obviamente, existía también un odio visceral y no descarto que las ambiciones territoriales hicieran lo suyo. Después de todo, la Segunda República Polaca apareció tras los Tratados de Versalles y tanto alemanes como rusos tenían fuertes discrepancias con esa entidad.

 

[3] Bajo el Pacto de Múnich, Alemania ocupó los Sudetes (octubre de 1938), Polonia ocupó Cieszyn (octubre de 1938), Hungría ocupó áreas fronterizas (tercio sur de Eslovaquia y sur de la Rutenia Transcarpática), de acuerdo con el Primer arbitraje de Viena (noviembre de 1938), Rutenia Transcarpática recibió la autonomía y en marzo de 1939 los restantes territorios checos se convierten en el Protectorado alemán de Bohemia y Moravia. Con el resto, se creó Eslovaquia independiente, que era un títere alemán también.

 

[4] La URSS solicitó su ingreso a la OTAN en 1954. La idea era evitar que la RF de Alemania se militarice y se sume en contra de ellos. La URSS pretendía que Alemania se unifique, pero fuera neutral y desmilitarizada para usarla como “estado colchón” sin fuerzas militares.

 

[5] Lord Hastings Lionel Ismay fue el primer secretario general de la OTAN entre 1952 y 1957.

 

[6]  Los británicos no pudieron desarrollar, como sí lo hizo Francia, sus propios sistemas de entrega de armas nucleares. En abril de 1963, Estados Unidos les vendió los misiles nucleares de lanzamiento submarino UGM-27 Polaris para su flota submarina. Adicionalmente, el ultramoderno bombardero supersónico BAC TSR-2, que impulsaba a la aviación inglesa a nuevos límites tecnológicos, fue cancelado luego de 9 prototipos construidos para ser reemplazados por el avión de ataque F-111 estadounidense… que finalmente tampoco fue entregado. Con esa cancelación, la industria aeronáutica militar británica perdió la carrera por la vanguardia tecnológica.

 

[7] La Doctrina Brezhnev establecía lo siguiente: «Cuando hay fuerzas que son hostiles al socialismo y tratan de cambiar el desarrollo de algún país socialista hacia el capitalismo, se convierten no sólo en un problema del país concerniente, sino un problema común que concierne a todos los países comunistas». Esto justificaba una intervención del Pacto de Varsovia aunque la URSS se reservaba el derecho de establecer qué consideraba una fuerza hostil hacia el socialismo.

 

[8] Boris Yeltsin cumplió un papel central en el desmembramiento de la URSS al permitir que las repúblicas que la integraban se convirtieron en estados independientes. ¡Su primer paso fue retirar a Rusia de la URSS!

 

[9] Putin recuperó el control estatal de una parte sustancial de la producción gasífera y petrolífera, mediante la compra del 75% de Sibneft – que era del oligarca Roman Abramovich – por parte de Gazprom por unos 13.000 millones de dólares, así como la adquisición de distintos yacimientos.

 

 

[10] Ellos son Australia, Surcorea, Egipto, Israel y Japón (nombrados por George Bush), Jordania, Argentina y Nueva Zelandia (Bill Clinton), Bahréin, Filipinas, Tailandia, Taiwán, Kuwait, Marrucos y Pakistán (George Bush Jr.), Túnez y Afganistán (Barack Obama), y Brasil (Donald Trump).

 

 

[11] La UEE es https://es.rbth.com/economia/2016/10/27/que-es-la-union-economica-euroasiatica_642623?fbclid=IwAR1kpWn-g-c_-0PIuljSu8pwe8O3mXdejDbDPvILIIUss3nyVrtm97yecaE

 

 

[12]  https://mundo.sputniknews.com/defensa/201707091070630140-francia-construccinon-submarinos-australia/